"Mar adentro, el agua es tan azul...pero es muy profundo, demasiado profundo, para que ningún ancla pueda llegar al fondo". La Sirenita.
Mundo inaccesible, entonces, para el hombre, lugar de las sirenas situadas entre los dos grandes abismos: el mar y el cielo.
"El mar en su fondo era como un vasto cielo azul".
En el fondo del mar había un rey viudo (como en muchos relatos, hay aquí ‘una madre muerta’ que preexiste al comienzo de la historia) que vivía en su palacio de cristal con sus seis hijas, sirenitas, y con la abuela paterna.
Cada una tenía en el gran jardín de corales y piedras preciosas un jardín propio.
La menor había recogido una estatua griega que representaba a un hermoso joven (caído en el naufragio de un barco) y a su lado plantó un sauce llorón.
Al llegar a los quince años, les estaba permitido subir a la superficie del mar, y cuando le llegó el turno a la menor, la sirenita quedó enamorada de un príncipe que vio junto a la borda de su barco.
Al estallar una tormenta en ese momento, ella lo salvó de las aguas depositándolo en la arena de la orilla, para que las jóvenes de un convento vecino lo recogieran.
Llevada por el deseo de verlo y de caminar con él, la sirenita realiza un pacto con la bruja para que le diera piernas hermosas en lugar de su cola de pez.
La bruja, por su parte, le corta la lengua, eliminando su maravillosa voz y su fascinante canto.
El príncipe la contempla conmovido, pero no sentirá por ella la atracción que lo llevaría a la boda, que en cambio hará con la princesa de un reino vecino.
Aunque sus hermanas intentan que se salve asesinando al príncipe, la sirenita resguarda a esta nueva pareja y se deshace en espuma al día siguiente del casamiento de su amor.
En el desenlace de la versión original, H.C.Andersen muestra los restos de una concepción pagana de la muerte, que nutre junto al cristianismo la ambigüedad romántica del amor y la muerte, en una conjunción de disolución y aniquilamiento, espiritualidad y conquista de la inmortalidad a través de las buenas obras de los mortales, disociación de cuerpo perecedero y alma inmortal.
Desde el relato homérico, donde aparecen diferentes versiones de los mitos griegos, la ‘sirena’ ocupa el lugar de una representación de ‘mujer’ de poderes de encantamiento mortífero que despierta la curiosidad de Ulises, en La Odisea, por la seducción irresistible de su voz.
Con su cuento "La sirenita", H.C. Andersen (1805-1875) restituye, veintisiete siglos después, el mito pagano en un contexto religioso cristiano del que estaba imbuido el Romanticismo, a través de la tensión inquietante de su narración, en la que el deseo de la joven princesa del mar, enamorada de un príncipe de la tierra, la conduce a través de duros tormentos a su transformación corporal y la convierte en una mujer, ante su aspiración de ser amada con un cuerpo terrenal que se fundía con el hecho de poseer un alma inmortal.
Para la mirada psicoanalítica, estos relatos datados en el s.VIII a.c. y en el s.XIX evocan variadas formas de la sexualidad inconsciente, la indefinición de las figuras sexuadas en la ambigüedad de las fantasías, las vías erógenas pulsionales, en especial la mirada y la voz y los lazos eróticos desde la perspectiva de diferentes rasgos de mujer.
El modo en que comienzan los cuentos de hadas presenta atópicas geografías de la ilusión que se caracterizan por la indeterminación espaciotemporal y la lejanía con respecto al presente de la enunciación, una búsqueda de la seducción del lector por una situación que escapa a su mundo cotidiano y lo sumerge en lo onírico: "Aixo era e non era" en los cuentos marroquíes, "Había una vez..."," Hace ya mucho tiempo", "En un lejano reino ...".
Esto marca también nuestro decir y hacer psicoanalítico, nuestra escucha, en una intimidad determinada y con formas de subjetivación que solo el ámbito transferencial revelará.
"La sirenita", sirve de horizonte de referencia, al singularizar, de modo perturbador, el desencuentro entre formas del amar y de la erogeneidad, en la representación del hombre y la mujer.
En la base de los objetivos pedagógicos están las aspiraciones de quien practica el psicoanálisis: lograr que cada sujeto se encuentre con su propio fundamento erógeno, para poder desplegar, a partir de allí, sus disposiciones personales apelando a los recursos expresivos más genuinos, a las mejores transacciones entre los términos en conflicto.
Al comienzo de La sirenita: "Mar adentro, el agua es tan azul ...pero es muy profundo, demasiado profundo, para que ningún ancla pueda llegar al fondo."
Mundo inaccesible, entonces, para el hombre, lugar de las sirenas situadas entre los dos grandes abismos: el mar y el cielo.
"El mar en su fondo era como un vasto cielo azul".
En el desenlace de la versión original, H.C.Andersen muestra los restos de una concepción pagana de la muerte, que nutre junto al cristianismo la ambigüedad romántica del amor y la muerte, en una conjunción de disolución y aniquilamiento, espiritualidad y conquista de la inmortalidad a través de las buenas obras de los mortales, disociación de cuerpo perecedero y alma inmortal.
La versión de carácter popular hace que la sirenita recupere, mágicamente, la voz y las piernas y que el príncipe comprenda que es a ella a quien ama; termina con el habitual final feliz: "Y fueron felices para siempre".
Ni el mito ni los cuentos de hadas ahondan en ‘psicologías’ singulares de los personajes, ni despliegan sutiles funcionamientos psíquicos; más bien tienden hacia el ‘tipo’ y la indeterminación sexual, ubicándose en un tiempo simbólico de ‘pasaje’ y de ‘iniciación’.
No suelen tener nombre y esa anonimia apunta a esquemas generales de personalidad, y si se los nombra no se los individualiza, sino que se convierten en representantes de una serie común.
Apreciamos en este cuento que los personajes tienen, salvo la ‘sirenita’, de quien se nos dicen los afectos y los pensamientos, lugares ambiguos entre los esquemas de la figuración mítica, el arquetipo y el personaje.
A través de la figura de la ‘sirena’, cuya etimología griega es: ‘serena’, se presenta una figura de mujer caracterizada por su voz y por su canto, en medio de un mundo onírico, de dimensión materna y femenina inconsciente, que el cuento despliega conjugando la dolorosa transformación por medio de la magia de su pasaje ´de niña a mujer’ con la construcción de la sexualidad femenina atravesando las formas más fuertemente imaginarias de la castración y acotando su ensueño fálico de conquista del amor.
El cuento de hadas y el mito, trazan narrativas que tocan lo ominoso, lo fantástico, lo sobrenatural, encerrando en su valor de "irrealidad" verdades del inconsciente.
Andersen logra un relato profundamente perturbador, donde la imaginería y el estilo producen el antagonismo y el contacto permanentes de dos planos de fantasías: la tierra y el cielo, la tierra y el fondo del mar, donde coexisten, a su vez, ‘paraíso e infierno’, el castillo de cristal del rey y el bosque de serpientes de la bruja.
La transformación corporal de la sirenita implica una perturbadora reorganización pulsional, porque todo se le vuelve artificial: las piernas son hermosas pero caminar era sentir el sufrimiento de mil cuchillos clavados, la comunicación se le vuelve imposible, devino muda.
Las formas del desencuentro entre los deseos de ambos personajes son permanentes desde el día en que la sirenita, al cumplir los quince años, es habilitada para subir a la superficie del mar, al otro mundo, a ‘la otra escena’, ve al príncipe en su navío y se enamora de él.
La voz y el canto configuran su atracción central en su reino submarino, pero el príncipe amado nunca la oirá sobre la tierra.
Cuando ella decide transformar su cola de pez en piernas, que la vuelven mujer, y permitir a cambio que la bruja marina le corte la lengua y la enmudezca, podrá estar siempre al lado de su príncipe, pero este la querrá "como a un hermano, un amigo tierno" a quien manda vestir de hombre para ir de caza, "como a un niño o a una joven" que le recuerda aquella desconocida, que él supone que le salvó de las aguas.
La pérdida de la voz aparece como la imposibilidad de proferir el "llamado de amor", la invocación de amor, la condena a la desposesión de esa pulsión invocante, que queda "encerrada" en ella como un grito mudo que la mata o la hace figurar muerta, castrada para toda intimidad y toda seducción.
Para la sirenita el deseo estaba en ‘ir más allá’; todo lo de la tierra de los hombres la atraía, quería ser persona como el príncipe,prefigurado en la estatua de su jardín submarino, y también ser inmortal; para no convertirse en espuma al morir, querrá salir del reino del mar de su padre.
Pero sintió que lo perdía y se sintió tan desolada que se hundió en el agua muy triste y volvió al castillo de su padre... Cada día estaba más triste. Se sentaba en su bello jardín y rodeaba con sus brazos la estatua del joven.
Quedaba instalada en la muerte, abandonando el cuidado de su jardín, sin deseos de bailar y cantar, suspendida de su amor imposible.
Su deseo de un alma inmortal sólo sería posible si un hombre la quisiese "más que a sus padres". En las estructuras narrativas de los cuentos de hadas aparecen los núcleos propios de toda subjetivación, la separación y la discriminación como caminos de crecimiento a partir del desprendimiento de lo parental de ese "desasimiento" de los objetos de origen.
Uno de los aportes centrales del psicoanálisis freudiano ha sido la propuesta de considerar a las manifestaciones, clínicas o de otro tipo, como expresión (a menudo tamizada y desfigurada) de una erogeneidad. Los trabajos de Freud y sus colaboradores al respecto fueron numerosos, a los cuales se agregaron los estudios referidos al modo en que las defensas, tomadas como destinos de pulsión, dejaban la impronta en dichas manifestaciones, algunas de las cuales se configuraban como síntomas. Otra línea de los intereses freudianos consistió en establecer nexos entre la moción sexual y el mundo de las otras pulsiones, sobre todo la de muerte, aunque también la de autoconservación. Respecto de las manifestaciones clínicas Freud sostuvo que existe un ordenador general del conflicto, entre los complejos de Edipo (positivo y/o negativo) y de castración. En torno de este eje conflictivo se distribuyen soluciones más o menos costosas para la vida anímica, las cuales derivan de las fijaciones (yoicas y sobre todo pulsionales) y de las defensas. Así, pues, para Freud los interrogantes para encarar las manifestaciones clínicas son básicamente dos: cuál es la erogeneidad dominante, eficaz, cuál es la defensa, como destino de pulsión en el Yo, ambos (erogeneidades y defensas) aportando trasformaciones transaccionales en tanto desenlaces del conflicto ordenador, nuclear.
En contraposición a este destino, en el mito del héroe Ulises, el lugar de las sirenas es el lugar del encantamiento que lleva a la muerte (por la seducción de su canto, "los sortilegios de la seducción" dice Green escribiendo sobre la magia en literatura).
Uno de los aportes centrales del psicoanálisis freudiano ha sido la propuesta de considerar a las manifestaciones, clínicas o de otro tipo, como expresión (a menudo tamizada y desfigurada) de una erogeneidad. Los trabajos de Freud y sus colaboradores al respecto fueron numerosos, a los cuales se agregaron los estudios referidos al modo en que las defensas, tomadas como destinos de pulsión, dejaban la impronta en dichas manifestaciones, algunas de las cuales se configuraban como síntomas. Otra línea de los intereses freudianos consistió en establecer nexos entre la moción sexual y el mundo de las otras pulsiones, sobre todo la de muerte, aunque también la de autoconservación. Respecto de las manifestaciones clínicas Freud sostuvo que existe un ordenador general del conflicto, entre los complejos de Edipo (positivo y/o negativo) y de castración. En torno de este eje conflictivo se distribuyen soluciones más o menos costosas para la vida anímica, las cuales derivan de las fijaciones (yoicas y sobre todo pulsionales) y de las defensas. Así, pues, para Freud los interrogantes para encarar las manifestaciones clínicas son básicamente dos: cuál es la erogeneidad dominante, eficaz, cuál es la defensa, como destino de pulsión en el Yo, ambos (erogeneidades y defensas) aportando trasformaciones transaccionales en tanto desenlaces del conflicto ordenador, nuclear.
Aunque el modo de presentación mítico es más genérico y universal, la épica homérica en la Odisea ya lo singulariza y uno de los sentidos del viaje del héroe sería el pasaje por la seducción narcisista y mágica de las figuras todopoderosas de mujeres fálicas, sirenas, magas, brujas que por un lado llevarían a la ilusión del reencuentro del ‘objeto perdido’ originario, en las formas del amor y la pasión con la marca incestuosa, en el llamado permanente a "ese otro prehistórico que jamás existió".
Pero al mismo tiempo Ulises por su inteligencia puede renunciar a aquella "voz de la muerte" y gozar de ella protegido, atado al mástil de su barco, sólo un tiempo, gozar de esa invocación fascinante que lo llama y lo seduce y seguir luego su camino hacia otro tipo de reencuentro, el exogámico, con su mujer Penélope y su hijo.
Pero al mismo tiempo Ulises por su inteligencia puede renunciar a aquella "voz de la muerte" y gozar de ella protegido, atado al mástil de su barco, sólo un tiempo, gozar de esa invocación fascinante que lo llama y lo seduce y seguir luego su camino hacia otro tipo de reencuentro, el exogámico, con su mujer Penélope y su hijo.
Desde ese núcleo de significación de serenidad, de canto seductor, envolvente y enigmático, que hace de la ‘sirena’ una configuración materna narcisista y nutricia, se desprenden variadas figuras de mujer en los dos extremos desde la joven inocente e ingenua, como hija, "niñita rencontrada" le llama el príncipe, hasta el extremo de las seductoras y traicioneras sirenas de La Odisea.
El príncipe ama a quien no verá más que en su fantasía y la cercanía de la sirenita sólo le aumenta la frustración de recordarle "la ausente" desconocida. El se lamenta de no tener un ser real que sea soporte de su fantasía. En cuanto conoce a la princesa del reino vecino la convierte inmediatamente en su objeto y sobreimprime, en ella, la figura y el rostro de la princesa que añoró tanto tiempo, creyendo reconocerla como su salvadora y a quien la sirenita se la recuerda.
En estos desencuentros entre lo que cada uno espera, el narrador hace aparecer configuraciones del deseo diferentes y nos vuelve presentes, a través de estas fantasías del creador, otras interrogantes de la experiencia analítica. ¿Qué es lo que la mujer debe "perder" para serlo, o para ser amada?, ¿Cómo pensar las complejas relaciones entre la ideología, los cambios culturales y de la época, los múltiples ‘semblantes’ del amor y la mujer a través del tiempo y las inscripciones inconscientes del "valor" mujer?.
¿Deben perderse los deseos de estar ‘más allá’?, deseo de lo imposible, deseo de la tierra aunque tuviera el mar, de los olores y aromas terrestres allí donde no puede llegar, deseo de caminar en lugar de nadar.
¿Por qué llega al sacrificio, a la mutilación, en el pacto con la mujer- bruja para poder estar cerca del hombre que ama? ¿O de un alma inmortal?
Importa mucho destacar, aunque no podamos detenernos en todas las variantes, que la versión popular del cuento hace recuperar a la sirenita mágicamente su voz y perder el terrible dolor de sus piernas al marchar, junto con el cambio radical del desenlace, ya que el príncipe la toma en matrimonio.
Es el "falo" como signo mismo de lo deseado, como significante de la ausencia lo que parece guiarnos en esta visión de la mujer, y aún como representante del deseo en su forma más manifiesta.
Lo que se representa en el falo es lo que de la vida se manifiesta de la forma más pura, como turgencia y empuje, por lo que la imagen del falo estaría en el mismo fondo del término pulsión (Trieb).
Es el objeto privilegiado del mundo de la vida y su nombre griego lo emparenta con todo lo relacionado con el flujo, la savia.
El problema de la castración radicaría en que lo inaceptable es suponer castrada en el plano real a la madre. La mujer -y también el hombre por otra parte- está capturada en un dilema irresoluble, en torno al cual hay que situar todas las manifestaciones ‘tipo’ de su femineidad, neuróticas o no neuróticas.
El problema de la castración radicaría en que lo inaceptable es suponer castrada en el plano real a la madre. La mujer -y también el hombre por otra parte- está capturada en un dilema irresoluble, en torno al cual hay que situar todas las manifestaciones ‘tipo’ de su femineidad, neuróticas o no neuróticas.
Por otro lado, en la línea de su deseo, se encuentra sujeta a la necesidad de ‘ser el falo’, en tanto que es el propio signo de lo deseado.
El hecho de que ella se exhiba y se proponga como objeto del deseo, la identifica de forma latente y secreta con el falo.
¿Este ser- falo la sitúa más allá de lo que podemos llamar ‘la mascarada femenina’(Joan Rivière) porque a fin de cuentas, todo lo que muestra de su femineidad está relacionado precisamente con esa identificación profunda con el significante fálico?
¿Dónde se manifiesta su deseo termina por fuerza en una profunda Verwerfung, una profunda ajenidad de su cuerpo respecto de lo que supone que debería ser?
¿Dónde se manifiesta su deseo termina por fuerza en una profunda Verwerfung, una profunda ajenidad de su cuerpo respecto de lo que supone que debería ser?
Estas son afirmaciones de Lacan, que transcribo como interrogantes.
Lo mudo, esa pérdida de voz convierte a la muchacha en una suerte de andrógino, aunque el príncipe le ofrezca al comienzo vestidos de seda.
Es alguien por quien el príncipe no puede sentirse atraído. Pide que le den ropas de hombre para que pueda acompañarlo al bosque y la trata como a un niño.
Entre el príncipe y la sirenita prima lo especular y ella figura un doble sereno en quien mirarse.
Lo mudo es un silente espejo, y ese escenario narcisista e imaginario deja afuera las formas de la pasión.
Al perder la voz se impone la fusión y el borramiento de las diferencias entre ambos, porque no se cumple la función de la voz, que es anhelo, establece distancia y crea al ‘otro’ como tal.
Es alguien por quien el príncipe no puede sentirse atraído. Pide que le den ropas de hombre para que pueda acompañarlo al bosque y la trata como a un niño.
Entre el príncipe y la sirenita prima lo especular y ella figura un doble sereno en quien mirarse.
Lo mudo es un silente espejo, y ese escenario narcisista e imaginario deja afuera las formas de la pasión.
Al perder la voz se impone la fusión y el borramiento de las diferencias entre ambos, porque no se cumple la función de la voz, que es anhelo, establece distancia y crea al ‘otro’ como tal.
¿ Por qué es que no reconoce sus facciones de hermosa muchacha? ¿Qué es lo que la sirenita perdió entregando su voz y su cola?
La descripción del jardín de la bruja, el "infierno" con su multiplicación de pólipos, serpientes marinas, brazos que se retuercen como gusanos, evoca la cabeza de Medusa y por lo tanto la castración, con su poder fascinador y terrorífico. (Entre sus brazos tenían los esqueletos de los ahogados, cofres, cadáveres de animales terrestres y una sirenita que habían recogido y torturado.)
En su deseo de hombre y en la búsqueda continua de ‘ser amada’, el camino de mujer encuentra "fácilmente" vías que podemos llamar de diferentes modos: de extremo narcisismo y masoquismo, como las que convoca el recorrido del cuento, donde el mandato de la abuela al subir a la superficie del mar, al mundo de los hombres, había sido: "hay que sufrir para parecer noble..." Podríamos decir: hay que sufrir para parecer bella.
Este cuento me ha parecido siempre una excelente condensación de las formas del deseo, marcado por lo imposible, donde cada uno de estos ‘personajes-arquetipos’ y la sirenita, que tiene profundidad y espesor, aparecen atravesados por las formas de lo imposible, del duelo por la pérdida.
Este es un cuento con final desdoblado, como esos dos planos en que se desarrolla todo el relato: un final feliz para el príncipe, final de reunión y de profunda armonía, y uno desgraciado de soledad, de disolución y desilusión, de muerte, para la sirenita.
Nos permitimos, para finalizar, recordar el casi aforismo de Lacan:
"El problema del amor es la profunda división que introduce en las actividades del sujeto. De lo que se trata para el hombre, de acuerdo con la propia definición del amor, es de dar lo que no tiene, el falo, a un ser que no lo es."
Atenea ha estado al lado de Odiseo desde el inicio hasta el fin de la Odisea. Su presencia, al ser interna, nunca lo ha abandonado, como jamás abandona al ser humano que confía en su guía, su luz y su firmeza. Inteligencia y Sabiduría encabezan los dos primeros atributos del Uno, del Principio, y ella los revela al mundo entero.
Por otra parte, Atenea no conoce trato con varón, ni divino ni humano. Se mantiene virgen, sólo Hefesto intenta violarla y al ser rechazado derrama en tierra y nace un ser, Erictonio, medio hombre, medio serpiente que la diosa en su benevolencia adopta como su hijo. Pero más que su virginidad destacaríamos su androginia, "varón y hembra por naturaleza" (Himno Orfico a Atenea), pues ella parece pertenecer a ese estadio previo a la polarización, el que reúne sin distinción y en potencia los sexos que se manifestarán como tales en otros estados inferiores del ser.
Podríamos decir que está más allá de lo sexuado, aunque contenga la polarización en potencia, tal cual el Principio o el Uno contiene en potencia al dos.
Atenea ha estado al lado de Odiseo desde el inicio hasta el fin de la Odisea. Su presencia, al ser interna, nunca lo ha abandonado, como jamás abandona al ser humano que confía en su guía, su luz y su firmeza. Inteligencia y Sabiduría encabezan los dos primeros atributos del Uno, del Principio, y ella los revela al mundo entero.
Por otra parte, Atenea no conoce trato con varón, ni divino ni humano. Se mantiene virgen, sólo Hefesto intenta violarla y al ser rechazado derrama en tierra y nace un ser, Erictonio, medio hombre, medio serpiente que la diosa en su benevolencia adopta como su hijo. Pero más que su virginidad destacaríamos su androginia, "varón y hembra por naturaleza" (Himno Orfico a Atenea), pues ella parece pertenecer a ese estadio previo a la polarización, el que reúne sin distinción y en potencia los sexos que se manifestarán como tales en otros estados inferiores del ser.
Podríamos decir que está más allá de lo sexuado, aunque contenga la polarización en potencia, tal cual el Principio o el Uno contiene en potencia al dos.
Las Ondinas, criaturas acuáticas en la mitología germánica… parientes de las sirenas… Presentes como la mayoría de los mitos en múltiples autores, en cuentos, en poesía, en cantos, en teatro…
La Ondina de Jean Giraudoux, es la protagonista de la obra de teatro escrita en 1939 y basada en el cuento del alemán La Motte-Fouqué.
Sus características principales son el don de la inmortalidad y la pérdida de la memoria.
“Ondina camina sobre el agua, salta los pozos sin fondo, recibe las cascadas en una taza…”
Ninfa adoptada por una pareja de pescadores, que con asombro viven las excentricidades de una hija que les entregó el río Rhin.
Una noche, un caballero extraviado, de nombre Hans llega a pedir posada. Un poco más tarde, aparece Ondina. La intensidad del encuentro, empieza por una hostilidad manifiesta de Ondina hacia Hans, después de que este pide que le cocinen una trucha tirándola viva al agua hirviendo, insoportable crueldad para una mujer de las aguas.
Repentinamente y con igual intensidad esta hostilidad se convierte en amor, un amor absoluto, recíproco y fulminante.
Cuando más tarde la Reina le pregunta a Ondina por qué, de entre tantas posibilidades, eligió a Hans, Ondina responde: “No sabía que se elegía, entre los hombres. Nosotros no elegimos, grandes sentimientos nos eligen, y el primer ondino que llega es para nosotros el único ondino. Hans es el primer hombre que vi, no se puede elegir más”.
Ondina decide pues, seguir a Hans y casarse con él. El Rey de los Ondinos intenta persuadirla de su error, los humanos traicionan, y Hans por más enamorado que esté, no podrá escapar a su condición.
Ondina se niega rotundamente a renunciar a su caballero. El Rey la reta: si Hans la traiciona, morirá y ella tendrá que volver al fondo de las aguas y perder toda memoria. Ondina acepta. La tragedia está anunciada.
Muy pronto, Hans la traiciona y Ondina lo intenta todo para que el Rey de los Ondinos no se entere; pretende por ejemplo que ella fue la primera en ser infiel… en vano. El final se acerca. El Rey de los Ondinos en un acto de compasión, concede hacer simultáneas la muerte de Hans y la amnesia de Ondina, de esta manera no tendrá que sufrir la muerte de su amado, al menos no, de forma consciente.
Dejo ahora que los personajes hablen por sí mismos, en la penúltima escena del último acto; Hans en sus últimos minutos de vida, por fin lúcido, se da cuenta de todo lo sucedido y de lo que está por suceder: muerte y olvido.
“HANS : (…) No habrá más que una Ondina, siempre la misma, que me habrá olvidado… Eso tampoco es muy justo…
ONDINA: Precisamente. Quédate tranquilo...Tomé mis precauciones. A veces me reclamabas que no variara mis idas y venidas en tu casa, que no variara mis gestos, que contara mis pasos al caminar. Es que había previsto este día en el que tendría, sin memoria, que volver a bajar al fondo de las aguas.
Enderezaba mi cuerpo, lo obligaba a seguir un itinerario inmutable.
En el fondo del río Rhin, aún sin memoria, (mi cuerpo) no podrá más que repetir los movimientos que tenía junto a ti. (…) No sabré con certeza lo que quieren decir, pero viviré alrededor de ellos. (…)
Tendré nuestra recámara en el fondo de las aguas. (…) Así, separados por el olvido, la muerte, los años, las razas, nos llevaremos bien, nos seremos fieles".
Ondina, da aquí un claro ejemplo de lo que son los rituales de los pacientes obsesivos. Gestos que se llevan a cabo sin una explicación lógica aparente. Muchas veces el mismo paciente acepta, como Ondina, no tener la certeza de lo que quieren decir o de por qué los hace, pero dice tener una necesidad imperativa de realizarlos.
Pienso en un paciente que me relataba cómo durante períodos de mayor angustia aumentaba su necesidad por lavarse las manos varias veces al día.
En este caso, lo que entendimos juntos a través del tratamiento, es que sus mecanismos obsesivos (el ritual de lavarse las manos es sólo una parte de un funcionamiento más general) son un intento, por resolver y anular la angustia y la culpa que le genera el haber ocupado en varias ocasiones de niño un lugar privilegiado junto a la madre, en la presencia ausente de un padre alcohólico. Tenía la sensación de que ella ya sufría lo suficiente con un esposo así, lo que lo obligaba a él a suplir esas faltas siendo un niño perfecto, limpio y obediente, almacenando sin embargo por otro lado intensos impulsos agresivos, con el consiguiente temor a que en algún momento salgan y ensucien todo.
Cuando este paciente llegó a análisis tenía 35 años y decía no recordar prácticamente nada de sus primeros 7, 8 años de vida, sólo datos aislados y algunas sensaciones. Es probable que su imposibilidad de recordar datos de estas épocas se deba a la amnesia infantil. Para Freud, lo que sucede en estos años es fundamental, e insiste en que dejan huellas, huellas tanto más importantes que “han ejercido un influjo de comando sobre todos los períodos posteriores[5]” y que han de ser reprimidas. Así como no se prohíbe lo que no se desea, no se reprime lo que no es importante. Volvamos al caso. Un día, el paciente llegó a relatarme con culpa, que no entendía por qué a últimas fechas, se sentía enojado cada vez que su mamá iba a visitarlo; así pudimos ir desanudando la historia.
El paciente se sentía enojado con su madre para no enojarse en transferencia conmigo, no entendía su enojo porque olvidaba mis interpretaciones. En ese tiempo el paciente hablaba principalmente de sus relaciones de pareja, y de su imposibilidad de cerrar un proceso de divorcio en el que llevaba varios años, así como de la culpa que sentía hacia su ex esposa por haberla “dejado”. Otro tema de análisis era su tendencia a buscar siempre “mujeres en desgracia” para poderlas rescatar de “hombres malos”. Aquí, aparece otra parte de la conflictiva y ésta es la compulsión a la repetición en la elección de la pareja; al no resolver y ser consciente de su tendencia a buscar el mismo tipo de mujeres, o por lo menos mujeres en el mismo tipo de circunstancias, lo que logra inconscientemente es fracasar una y otra vez en sus intentos de relación, volviendo – cada vez que fracasa – a la casa materna por consuelo.
Interrumpo el relato de este caso clínico para volver con Ondina y Hans. Es el final, después de esto, cae la cortina sobre el escenario. Ondina acaba de perder la memoria, justo después de la muerte de Hans que yace sobre una cama a unos metros de ella…
ONDINA: Quién es ese bello joven, sobre la cama… ¿Quién es él ?
EL REY DE LOS ONDINOS: Se llama Hans.
ONDINA: Qué lindo nombre! Y por qué no se mueve?
EL REY DE LOS ONDINOS: Está muerto… (…)
ONDINA: Cómo me gusta! … No podemos devolverle la vida?
EL REY DE LOS ONDINOS: Imposible!
ONDINA (dejándose llevar): Qué lástima! Cómo lo hubiera amado![6]“
Ondina ya olvidó, y aún así, aún desmemoriada, una parte de ella, recuerda. En el sentido freudiano Ondina no solo olvidó, sino que reprimió un contenido consciente, que se hizo inconsciente. El Rey de los Ondinos, en nombre de la ley, le forzó a la represión. Sobre esto, Freud dice: “podemos decir que el analizado no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción; lo repite, sin saber, desde luego, que lo hace[7].”
El repetir es otra forma de recordar, Ondina lo sabe, tan lo sabe que se obliga al recuerdo, sabiendo que la memoria afectiva, inconsciente, existe. Traslada los muebles de su recámara al fondo del mar, se obliga a gestos automáticos, sabe, que sin saber, estará recordando, a pesar del olvido.
Ondina olvida a Hans, olvida quién es, no lo reconoce, y aún así nos avisa que si se volviera a encontrar con él, si no estuviera muerto, sino se la estuvieran llevando de forma apresurada al fondo de las aguas, se volvería a enamorar.
El repetir es otra forma de recordar, Ondina lo sabe, tan lo sabe que se obliga al recuerdo, sabiendo que la memoria afectiva, inconsciente, existe. Traslada los muebles de su recámara al fondo del mar, se obliga a gestos automáticos, sabe, que sin saber, estará recordando, a pesar del olvido.
Ondina olvida a Hans, olvida quién es, no lo reconoce, y aún así nos avisa que si se volviera a encontrar con él, si no estuviera muerto, sino se la estuvieran llevando de forma apresurada al fondo de las aguas, se volvería a enamorar.
Freud nos dice que “una de las tareas del psicoanálisis es descorrer el velo de la amnesia que oculta los primeros años de la infancia[8].”
Sin embargo, es habitual en el trabajo del psicoanalista encontrarse que el paciente no solo tiene olvidado-reprimido lo que sucedió en los primeros años de vida, sino que sigue olvidando.
Y no olvida solo sucesos de la vida cotidiana, o eventos traumáticos; olvida también las interpretaciones del psicoanalista, durante el tratamiento, pero sobre todo cuando este termina.
El tratamiento psicoanalítico y el psicoanalista caen en un olvido similar al de la amnesia infantil. Es por esto, entre otras cosas, que en ocasiones el psicoanálisis aparece tan complejo, confuso e inasible.
Sin embargo, es habitual en el trabajo del psicoanalista encontrarse que el paciente no solo tiene olvidado-reprimido lo que sucedió en los primeros años de vida, sino que sigue olvidando.
Y no olvida solo sucesos de la vida cotidiana, o eventos traumáticos; olvida también las interpretaciones del psicoanalista, durante el tratamiento, pero sobre todo cuando este termina.
El tratamiento psicoanalítico y el psicoanalista caen en un olvido similar al de la amnesia infantil. Es por esto, entre otras cosas, que en ocasiones el psicoanálisis aparece tan complejo, confuso e inasible.
Quien haya estado o esté en un proceso psicoanalítico estará de acuerdo conmigo en que se encuentra ante algo en parte innombrable… innombrable como una parte del relato onírico… innombrable cómo el recuerdo desde el olvido…
No es extraño que un paciente que meses antes estuvo en franco desacuerdo con una interpretación, acuda a sesión diciéndonos que ya entendió qué es lo que le sucede y nos brinde la explicación que con anterioridad nosotros habíamos planteado a manera de hipótesis.
Es frecuente también que los pacientes lleguen a relatar con cierta confusión que se sienten mejor pero que no entienden por qué o cómo es que se sienten así.
Una paciente, al tratar de recordar, solía decir: “Ya no sé si lo dije yo, lo dijiste tú, o lo dijimos…”
No es extraño que un paciente que meses antes estuvo en franco desacuerdo con una interpretación, acuda a sesión diciéndonos que ya entendió qué es lo que le sucede y nos brinde la explicación que con anterioridad nosotros habíamos planteado a manera de hipótesis.
Es frecuente también que los pacientes lleguen a relatar con cierta confusión que se sienten mejor pero que no entienden por qué o cómo es que se sienten así.
Una paciente, al tratar de recordar, solía decir: “Ya no sé si lo dije yo, lo dijiste tú, o lo dijimos…”
El destino del psicoanalista y de alguna manera el éxito de su labor es justamente el ser olvidado, permitiendo así que el paciente haga suyas las interpretaciones, tan suyas que olvida que alguien más se las dijo.
El psicoanalista debe volverse un olvido que se recuerda aún en lo profundo de las aguas de lo inconsciente.
El psicoanalista debe volverse un olvido que se recuerda aún en lo profundo de las aguas de lo inconsciente.
En el prólogo de Ondina, Colette Weill nos dice “Hans y Ondina, es tal vez también la unión imposible entre la acción y el sueño, entre lo real y la poesía, entre la civilización y el instinto, entre la sociedad y la naturaleza.[9]”
Y acaba ésta magnífica psicoanalítica: "Yo agregaría una última unión imposible, la unión entre el olvido y la memoria", aniquilando de este modo la posibilidad de continuidad bajo el halo de lo posible tras las metáforas, los cuentos y los mitos...Y es que sólo el Amor bajo el manto de lo mudo, puede unir lo que siempre estuvo unido, un paso más allá de la personalidad...el Ser...Trans-mutado, Trans-cendido....Trans-personalizado...
¿Cuándo descansa la diosa? Sólo al final de la batalla se alcanza la Paz, ese estado de Unidad, o mejor de no-dualidad. La lucha es larguísima, aunque hay momentos de tregua en los que la diosa se desarma y puede tomar su baño ritual. Calímaco nos dice que son las Pelasgíades o Aqueas, las doncellas encargadas de recibirla y atenderla:
"¡Vosotras, las que preparáis el baño de Palas, salid todas, salid! Ya escucho el relincho de las yeguas sagradas. La diosa se dispone a aparecer. (...)
Id pues, oh Aqueas, y no llevéis perfumes ni alabastros -oigo ya el ruido de los cubos de las ruedas contra los ejes-, para el baño de Palas -Atenea no gusta de los ungüentos mezclados-, y no llevéis tampoco espejo: su rostro es siempre bello. (...) Por ello, no traigáis ahora más que aceite viril, con el que Cástor, y también Heracles se untan.
Y llevadle un peine de oro puro, para que pueda componerse el pelo, después de ungir sus rizos perfumados". (Calímaco, Himno a Atenea, Gredos, Madrid, 2012 )
El Mito ha devenido.
¿Cuándo descansa la diosa? Sólo al final de la batalla se alcanza la Paz, ese estado de Unidad, o mejor de no-dualidad. La lucha es larguísima, aunque hay momentos de tregua en los que la diosa se desarma y puede tomar su baño ritual. Calímaco nos dice que son las Pelasgíades o Aqueas, las doncellas encargadas de recibirla y atenderla:
"¡Vosotras, las que preparáis el baño de Palas, salid todas, salid! Ya escucho el relincho de las yeguas sagradas. La diosa se dispone a aparecer. (...)
Id pues, oh Aqueas, y no llevéis perfumes ni alabastros -oigo ya el ruido de los cubos de las ruedas contra los ejes-, para el baño de Palas -Atenea no gusta de los ungüentos mezclados-, y no llevéis tampoco espejo: su rostro es siempre bello. (...) Por ello, no traigáis ahora más que aceite viril, con el que Cástor, y también Heracles se untan.
Y llevadle un peine de oro puro, para que pueda componerse el pelo, después de ungir sus rizos perfumados". (Calímaco, Himno a Atenea, Gredos, Madrid, 2012 )
Andersen, Hans Christian. Cuentos Completos. Madrid, Aguilar, 1957.
Casas de Pereda, Myrta: En el camino de la simbolización Paidós, Bs.As.1999.
Gil, Daniel. "El papel del mito en la teoría y la práctica psicoanalítica". RUP, Nº 75, 1992.
Harari, Roberto. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis de Lacan.
Buenos Aires, Nueva Visión, 1987.
Kristeva, Julia. Sentido y sinsentido de la revuelta. Buenos Aires, EUDEBA, 1998.
Lacan, Jacques. Seminario V. Paidós.Seminario XI. Paidós
Revue française de psychanalyse. Filiations féminines . Paris. 1994
Rosolato, Guy. Essais sur le symbolique.Gallimard 1987
Freud, S. (1901) Psicopatología de la vida cotidiana. Volumen VI. En Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, 2004.
Freud, S. (1914) Recordar, repetir y reelaborar. Volumen XII. . En Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, 1995.
Freud, S. (1932) Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. Volumen XXII. En Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, 2004.
Giraudoux, J. (1939) Ondine. Grasset, Livre de Poche: Paris, 1990.
[1] La traducción del francés al español en la citas, es mía.
[2] Prólogo de Colette Weill a, Giraudoux, J. (1939) Ondine. Grasset, Livre de Poche: Paris, 1990. p.10.
[3] Giraudoux, J. (1939) Ondine. Grasset, Livre de Poche: Paris, 1990. p.84.
[4] Giraudoux, J. (1939) Ondine. Grasset, Livre de Poche: Paris, 1990. p. 124-125.
[5] Freud, S. (1901) Psicopatología de la vida cotidiana. Volumen VI. En Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, 2004. p. 51.
[6] Giraudoux, J. (1939) Ondine. Grasset, Livre de Poche: Paris, 1990. p.126-127.
[7] Freud, S. (1914) Recordar, repetir y reelaborar. Volumen XII. . En Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, 1995. p.152.
[8] Freud, S. (1932) Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. Volumen XXII. En Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, 2004. p.27.
[9] Prólogo de Colette Weill a, Giraudoux, J. (1939) Ondine. Grasset, Livre de Poche: Paris, 1990. p.12.