"Cuando el cielo quiere salvar a un hombre, le envía amor" Lao-Tse. Que el amor sea tu única guía, sin mapas, sin dogmas, sin maestros, sólo amando...
Sospecho que hoy empiezo a Ser Canción, si seco un llanto. Y la canción con alma echó a volar y desde entonces los dos, vivieron más despacio, a pesar de su tiempo y de su espacio. Y un día como lluvia, ellos caerán y mojaran todo y su misterio crecerá verde sobre el mundo" Silvio Rodriguez.

miércoles, 8 de enero de 2014

Cuando ellos quieren: la carta ser escrita y el sueño soñado.






Lou Andreas Salomé fue el gran amor de Rainer Maria Rilke. Se conocieron cuando él contaba veintiún años y ella treintaiséis. Se amaron hasta que Lou quiso y se reclamaron hasta que la muerte dio con el poeta. Tras conocer a su amada, Rilke cambió su nombre de pila, de René a Rainer, porque, afirmaba, ya no era la misma persona, y escribió dos poemarios celebrando cómo el otro nos transforma, nos renueva, nos bautiza. 

Son hermosos los títulos de estos dos libros: 

Para festejarte, y Para festejarme.


Una mañana de enero de 1912, mientras paseaba por el jardín del castillo, al poeta se le aparecieron las primeras palabras de la primera Elegía: 

'¿Quién, si yo gritara, 
me oiría desde las jerarquías de los ángeles?'. 


Rilke tardó una década en completar diez poemas inhóspitos para el entendimiento y luminosos como espejos al sol.



La novena elegía


¿Por qué, si es posible llevar el plazo de la existencia
como un laurel, [18] un poco más verde que todo
lo otro verde, con pequeñas ondulaciones en la orilla
de cada hoja (como una sonrisa del viento): 
por qué,entonces, tener que ser humanos 
-y, evitando el destino, anhelar destino?...

Oh, no porque haya felicidad,
esa prematura ganancia de una pérdida cercana...
No por curiosidad, ni como ejercicio del corazón,
que también pudiera estar en el laurel...

Sino porque es mucho estar aquí, y porque al parecer nos
necesita todo lo de aquí, lo fugaz, de manera extraña
nos concierne. A nosotros, los más fugaces. Todo una
vez, sólo una. Una vez y nada más. Y nosotros también
una vez. Nunca otra. 

Pero este haber sido una vez, aunque sea una sola:
haber sido terrenal, no parece revocable.

Y así nos urgimos y queremos llevarlo a cabo,
queremos contenerlo en nuestras simples manos,
en nuestra mirada cada vez más colmada y en el corazón
atónito. Queremos llegar a serlo. ¿Dárselo a quién? 
Mejor consérvalo todo para siempre... 

Ah, por el otro lado,
ay, ¿qué se lleva uno más allá? 
No la mirada, la aquí
lentamente aprendida, 
ni nada de lo que ocurrió aquí.
Ninguna cosa. Entonces, los dolores. 
Entonces sobre todo la pesadumbre, 
entonces la larga experiencia del amor;
entonces lo puramente indecible. 

Pero luego, bajo las estrellas, 
¿qué ha de ser de eso? 
Ellas son mejores inefables. 

Pues bajando por la falda de la montaña,
el caminante tampoco trae al valle un puñado de tierra,
la inefable para todos, sino una palabra ganada, pura,
la genciana [19] amarilla y azul. 

¿Acaso estamos aquí para decir: casa, puente, fuente, puerta, jarra, árbol frutal, ventana; a lo más: columna, torre?... Sino para decir, compréndelo, 
oh, para decirlo así, 
como íntimamente las cosas mismas 
nunca creyeron serlo. 

¿No es la secreta astucia de esta callada tierra, cuando impulsa a los amantes, que en su sentimiento, todas y cada una de las cosas se arroben?

Umbral: ¿qué es para dos amantes, gastar su propio, viejo umbral de la puerta un poco, también ellos, después de los muchos que los precedieron y antes de los venideros...? Poca cosa.

Aquí está el tiempo de lo decible, aquí su patria.
Habla y confiesa. Más que nunca
van cayéndose las cosas, las que podemos vivir, pues
lo que las sustituye, desplazándolas, 
es un hacer sin imagen.

Actuar bajo costras, que por sí mismas revientan,
tan pronto por dentro la actividad las rebasa 
y se limita de otra manera. 

Entre los martillos persiste
nuestro corazón, como entre los dientes
la lengua, que sin embargo
continúa alabando.

Alabe el mundo al ángel. No el mundo inefable. 
Ante el ángel no puedes jactarte de tu sentir esplendoroso; en el universo, donde él, más sensible, siente, eres un novato. Por esto, muéstrale lo sencillo,
lo configurado de generación en generación, lo que
como cosa nuestra vive junto a la mano y en la mirada.

Dile las cosas. Se quedará más asombrado, como
lo estuviste tú junto al cordelero en Roma o al alfarero
en el Nilo. Muéstrale qué feliz puede ser una cosa, qué
libre de culpa y qué nuestra; cómo el propio dolor
que se queja se encamina, puro, hacia la forma, sirve
como una cosa, o muere en una cosa —y felizmente escapa del violín, rumbo al otro lado. 
Y estas cosas, que viven en el camino de salida, entienden que las alabas;
pasajeras, nos creen algo que salva, 
a nosotros, los más pasajeros. 
Quieren que las transformemos por completo,
dentro del corazón invisible, ¡en —oh, infinitamente—
nosotros!, quienes quiera que finalmente seamos.

Tierra, ¿no es esto lo que quieres: invisible
resurgir en nosotros? ¿No es tu sueño
ser alguna vez invisible? ¡Tierra! ¡Invisible!

¿Cuál, si no la transformación, es tu misión urgente?

Tierra, tú, amada, yo quiero. Oh, créeme: no necesitas
más de tus primaveras para ganarme para ti, una,
ay, una sola es ya demasiado para la sangre.

Sin palabras estoy por ti decidido, desde hace mucho.
Siempre tuviste razón, y tu idea santa
es la muerte íntima.

Mira, yo vivo. ¿De dónde? 
Ni la infancia, ni el futuro
son menos...

Existencia de sobra me mana en el corazón.

Dafne y Apolo

[18] El castillo de Duino tenía laureles. Dafne se convirtió en laurel para escapar de Apolo: símbolo de la fuga del destino humano, rumbo a la serenidad vegetal.


“ (...) Apenas había concluido la súplica, cuando todos los miembros se le entorpecen: sus entrañas se cubren de una tierna corteza, los cabellos se convierten en hojas, los brazos en ramas, los pies, que eran antes tan ligeros, se transforman en retorcidas raíces, ocupa finalmente el rostro la altura y sólo queda en ella la belleza”.

Este nuevo árbol es, no obstante, el objeto del amor de Apolo, y puesta su mano derecha en el tronco, advierte que aún palpita el corazón de su amada dentro de la nueva corteza, y abrazando las ramas como miembros de su cariño, besa aquél árbol que parece rechazar sus besos. Por último le dice:

- Pues veo que ya no puedes ser mi esposa, al menos serás un árbol consagrado a mi deidad. Mis cabellos, mi lira y aljaba se adornarán de laureles. Tú ceñirás las sienes de los alegres capitanes cuando el alborozo publique su triunfo y suban al capitolio con los despojos que hayan ganado a sus enemigos. Serás fidelísima guardia de las puertas de los emperadores, cubriendo con tus ramas la encina que está en medio, y así como mis cabellos se conservan en su estado juvenil, tus hojas permanecerán siempre verdes.




[19] En algunas regiones de Europa se atribuye propiedades mágicas, contra la muerte, a la genciana, que tiene variedades azules y amarillas (Barjau).La luz gentil y abismal de la genciana: otro antídoto de la melancolía.


La genciana azul es de un color tan intenso que es una lámpara de luz, el azul genciana es una auténtica flor de hadas que crece sólo en las alturas de las montañas que alcanzan el Reino, donde absorbe como un oído mágico, el color azul del cielo más místico y profundo, el lapislázuli que sólo Andrei Riublov pudo atrapar en su obra maestra: fuga de Bach a otro mundo. 

La flor es un frasco del mundo sobrenatural, del color divino. Crece, ilumina, asombra, en septiembre y octubre (en la melancólica luz dorada del otoño). 

Su variante, la genciana amarilla, coincide en muchas propiedades con el hipérico (de Hiperión dios del sol); la flor de San Juan (otro antídoto contra la melancolía); y la santa Artemisa, el ajenjo, “la madre de todas las flores”, como la llamaron los griegos. Las tres son amarillas como el sol. Son plantas y flores solares de la alegría: plantan el sol. 

Hacen radiar las cinco puntas del astro 
en “la noche oscura del alma”.





En el caso de la extraordinariamente bella, de la sobreterrena luz, la genciana azul, se entiende que este color celeste profundo, recóndito, transportará a Perséfone al hades, a su llama azul celeste, lo de arriba es abajo; el viaje del shamán es un viaje inverso. 

El sentido del verso es inversamente proporcional al sentido del lenguaje coloquial, el azul pasmoso de la genciana es el azul del viaje sagrado.


Junto a la genciana azul, en los olimpos europeos vive la Estrella de cristal, otra flor sagrada de la nieve, otra druídica hada. Las eléctricas gencianas azul y amarilla forman los colores celestes de más alto contraste (en sí, las gencianas azules con sus pétalos forman el cielo, y con su centro, el sol: ahí lo anidan, como parte de los pétalos o como pistilo).

Cuando el poeta Lawrence habla de la flor de la genciana (podemos interpretarla también como la lámpara de Perséfone con que se guía ella en el inframundo), contradice a Sócrates en su opinión negativa acerca del conocimiento consciente, según él, nulo, de los poetas, y le da la razón a Shelley respecto al conocimiento completo, sabio y profundo de éstos, como Shakespeare, cuando habla de los hechizos o de los fenómenos naturales, sabe de qué habla.


“El viaje nocturno del sol por el mar” 
es la forma de la luz arquetípica de la flor. 

Perséfone


La luz azul de la genciana contra la antorcha negra de la melancolía que en el célebre poema Bavaria Gentians (genciana bávara, esa maravillosa variante alpina de esta flor fosforescente, un poco más violeta) invoca D.H. Lawrence, en excelente traducción de Octavio Paz (“la novia perdida y el esposo” evocan igual a Orfeo y a Eurídice, al espíritu y el cuerpo, al alma y a dios, al Uno original):


¡Dadme una genciana, una antorcha!

Que la antorcha bífida, azul, de esta flor me guíe
por las gradas oscuras, a cada paso más oscuras,
hacia abajo donde el azul es negro y la negrura azul,
donde Perséfone, ahora mismo, 
desciende del helado Septiembre
al reino ciego donde el obscuro 
se tiende sobre la obscura,
y ella es apenas una voz 
entre los brazos plutónicos,
una invisible obscuridad abrazada
 a la profundidad negra,
atravesada por la pasión
 de la densa tiniebla
bajo el esplendor de las antorchas negras 
que derraman sombra 
sobre la novia perdida y el esposo.





No sé si alguna vez se habrán preguntado qué es lo que hay en el interior de un poeta. 

Si sienten curiosidad, estas cartas del verano de 1926 son una forma magnífica de averiguarlo.No de uno, ni de tres, en realidad de todos... porque lo que nos ocupa es la poesía, es decir, esa poesía que habla de todos nosotros. 

Y no lo hace sólo mediante poemas, sino mediante cartas. 


Dejen que Marina Tsevietáieva se lo explique: 

"Una carta es una forma de comunicación 
fuera de este mundo, 
menos perfecta que el sueño, 
pero sujeta a sus mismas leyes." 

"Ni la carta ni el sueño se dan por encargo: 
se sueña y se escribe no cuando nosotros queremos, 
sino cuando ellos quieren: 
la carta ser escrita y el sueño soñado."


Cartas del verano de 1926, 
de Marina Tsevietáieva, Borís Pasternak y 
Rainer María Rilke


"Escribo no porque sepa, sino para saber"
M. Tsevietáieva


Tras pasar diez años argentando diez poesías, Rilke escribió los cincuentaicinco Sonetos a Orfeo en tres semanas, en febrero de 1922. Así como en la novena de las Elegías de Duino el poeta nos muestra por qué vivir, en el decimotercer poema de la segunda serie de los Sonetos a Orfeo nos propone cómo:


SONETO 13

Adelántate a toda despedida, como si la hubieras dejado
atrás, como el invierno que se está marchando.
Pues bajo los inviernos hay uno tan infinitamente invierno
que, si lo pasas, tu corazón resistirá.

Sé siempre muerto en Eurídice, cantando sube,
ensalzando regresa a la pura relación.
Aquí, entre los que se desvanecen, en el reino de lo que declina,
sé una copa sonora que con sólo sonar se rompió.

Sé, y sabe al mismo tiempo la condición del no-ser,
el infinito fondo de tu íntima vibración
para que la lleves al cabo del todo, esta única vez.

A las reservas de la Naturaleza en plenitud, a las usadas
como a las sordas y mudas, a las indecibles sumas,
añádete jubiloso y aniquila el número.


"Los chamanes viven en un mundo en el que
 el Creador no está separado de la Creación, 
el cielo no está separado de la Tierra, 
y el Espíritu y la materia se unen mutuamente. 

No hay división entre el cuerpo y el espíritu, 
ni entre el mundo visible de la forma 
y el mundo invisible de energía."

Alberto Villoldo


QUE EL INHALAR TE TRAIGA EL MUNDO DE ESTA PARTE. 



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