"Cuando el cielo quiere salvar a un hombre, le envía amor" Lao-Tse. Que el amor sea tu única guía, sin mapas, sin dogmas, sin maestros, sólo amando...
Sospecho que hoy empiezo a Ser Canción, si seco un llanto. Y la canción con alma echó a volar y desde entonces los dos, vivieron más despacio, a pesar de su tiempo y de su espacio. Y un día como lluvia, ellos caerán y mojaran todo y su misterio crecerá verde sobre el mundo" Silvio Rodriguez.

martes, 5 de marzo de 2013

El amor nos lleva allí dónde pertenecemos...


Todo el que se ha alejado de su origen, añora el instante de la unión.


“Las notas de este ney son la interpretación 
de los misterios sagrados que le he transmitido a ‘Alí”.


Le pregunté al ney: ¿de qué te lamentas?

¿cómo puedes gemir sin poseer lengua?

El ney respondió:
Me han separado del cañaveral
y ya no puedo vivir sin gemir y lamentarme.

Hazrat Molānā Ŷalal-ud-Dín Rumi (1207-1273)


"... el ney constituye una metáfora del viaje espiritual 
del ser humano en pos de su estado primigenio."

En verdad, toda búsqueda mística arranca de la conciencia interior de la separación, de la ruptura, de la caída y se explica porque la esencia del ser humano está hecha a semejanza de la divinidad. Perseguimos a Dios, la Divinidad, el Absoluto, porque de Él venimos. Un hadiz o dicho de Mohammad, el profeta del Islam, dice así: 


“Dios creó al hombre a su propia imagen”


aunque sin ser igual a Él, gracias, fundamentalmente, al uso del lenguaje.

En el propio Qorán, hallamos expresada una idea parecida al hadiz antes citado: 
Hemos creado al hombre otorgándole la forma más perfecta.


El esfuerzo del derviche estriba en ser lo que ya se era 
—y se es— en esencia, aunque se ha olvidado. 


El adepto de la senda sufí, por lo tanto, es aquel ser humano que no ha sido deslumbrado por el mundo de la multiplicidad y de las formas y sabe, o al menos intuye, cuál es su verdadero origen en Dios, la patria de la que procede. 


¿Acaso no soy yo vuestro Señor?, pregunta Dios, antes del inicio de los tiempos, a las almas humanas, en lo que se conoce como misāq o pacto primordial preeterno.


En el sufismo clásico se considera que son nueve, justamente, las moradas o etapas espirituales (maqāmāt) de ese no fácil itinerario espiritual de retorno a la fuente primigenia de la que procede el ser humano. 


Un derviche de la corriente sufí shadilí, Ibn ‘Atā Allāh de Alejandría, contemporáneo de Rumi, nos describe en número de nueve lo que él llama las estaciones que conducen al estado de certeza espiritual interior. 


Son éstas: arrepentimiento (toba), renuncia (zohd), perseverancia (sabr), agradecimiento (shokr), respeto reverencial (jof), satisfacción (rezā), esperanza (raŷā), confianza plena (tawakkul) y amor (mahabba).


Así pués, para que el ney pueda sonar y evocar todo cuanto Rumi afirma de él, es preciso ante todo un trabajo previo de vaciado y suave perforación de los nudos que impiden el libre transcurrir del aire por su interior. 




Al igual, el hombre ha de pulir y ensanchar sus diferentes nafs o yoes, al objeto de hacerse cada vez más capaz de Dios. 


No resulta casual, en ese sentido, que, en la forma turca de interpretación, el ney se toque hacia el lado izquierdo, tal como si se persiguiese conectar, a través del soplo vital, nuestra individualidad, representada por la cabeza pensante, y el corazón, en tanto que asiento simbólico de Dios, tal como afirma otro famoso de la tradición sagrada: 




Una última semejanza simbólica entre el ney y el ser humano: los nueve agujeros del ney corresponderían a los nueve orificios que el cuerpo humano posee: dos ojos, dos oídos, dos fosas nasales, boca, ano y uréter, tal como muy bien le oí explicar recientemente a Omar Tugrul Inançer, actual sheij de la tariqa sufí halveti-jerrahi de Estambul.



En su Elogio de los Gnósticos (Manāqib-ul-‘Ārefín), uno de los cinco libros fundamentales de la tradición sufí maulauiyya, Shamsuddín Aflāki, verdadero hagiógrafo de dicha escuela sufí inspirada por Molānā Rumi, nos ofrece, allá por el siglo catorce, una bella historia, otra más, a propósito del ney. 

En el capítulo 79 de dicho libro, Aflāki nos cuenta que un día el profeta Mohammad recitaba en privado a ‘Alí, su primo, yerno y, lo que es más importante aún, compañero espiritual más cercano, los secretos y misterios del Islam. Al acabar le advirtió que no los divulgase a nadie. Durante cuarenta días —otro número de honda resonancia simbólica en la tradición islámica, ‘Alí cumplió la promesa del silencio hasta que, al parecer, no pudo más. 

Un día, desapareció en plena naturaleza hasta que por azar encontró un pozo, lugar idóneo para su desahogo. ‘Alí introdujo su cabeza en él cuanto pudo y al punto gritó a las entrañas de la tierra, uno por uno, los misterios transmitidos por su maestro Mohammad. Con el exceso de excitación, nos cuenta Aflāki, la boca de ‘Alí se llenó de espuma que escupió al interior del pozo. Así fue como ‘Alí se liberó de aquel peso interior que le atormentaba. 

Lo cierto es que, al cabo de unos días, prosigue la historia, pudo verse cómo una larga y solitaria caña empezó a crecer desde el interior del pozo. 

Un joven pastor que pasaba por allí la cortó y fabricó con ella un ney del que empezó a extraer las más bellas melodías jamás oídas antes en el lugar. 

La fama del joven neyzan (intérprete de ney) llegó a oídos del propio profeta Mohammad, quien mandó que le presentaran al músico. 

Cuando el profeta del Islam le oyó tocar ante sí afirmó: “Las notas de este ney son la interpretación de los misterios sagrados que le he transmitido a ‘Alí”.



El ney ha sido —y aún hoy lo continua siendo— el instrumento musical islámico con mayor raigambre mística. Poetas de la talla de los persas Hakim Sanaí, Mahmud Shabistari o Hāfez Shirāzí lo han evocado en sus versos. Pero, sin duda, ha sido el también persa Hazrat Ŷalaluddín Rumi (1207-1273), el inspirador de la tariqa maulauyya, la escuela sufí de los llamados derviches giróvagos, quien mejor ha sabido transmitirnos todo el universo simbólico que el ney atesora.




En su monumental Masnawi, magna obra de 24.660 versos, considerada por el también sufí Ŷāmi como una suerte de comentario del Qorán en lengua persa, el maestro de Balj (en el actual Afganistán) evoca, a través de la recreación del ney, la historia toda del devenir del hombre, ese ser expatriado de su origen primigenio, consumido por la nostalgia de un estado interior perdido y, en el peor de los casos, olvidado.


El pórtico del Masnawi, esos primeros dieciocho versos míticos dictados por Molānā a su fiel discípulo Huzam-ud-Dín, en los que se condensa la totalidad del libro, constituye todo un canto al ney y con él al alma del ser humano en pos de su origen preeterno junto al Amado. 

Se dice que el sonido lastimero del ney evoca la dulce nostalgia de dicha separación:


“Desde que me cortaron del cañaveral,
mi lamento ha hecho llorar a hombres y mujeres.
Yo quiero un pecho desgarrado por la separación,
para poder hablarle del dolor del anhelo.
Todo el que se ha alejado de su origen,
añora el instante de la unión.

En cualquier asemblea entoné yo mi canto melancólico
y me hice compañero de los felices y los tristes.
Todos me entendieron según su propio pensamiento,
pero nadie trató de hurgar en mi corazón 
el más hondo secreto.

Ese secreto no está lejano de mis lamentos,
pero no tiene esa luz ni los oídos ni la vista para captarlo.
No está velado el cuerpo por el alma,
ni el alma por el cuerpo,
pero nadie es capaz de contemplar el alma”.

Ese canto del ney es fuego, no aire.

¡Quien no tiene ese fuego, merecería estar muerto!

Ese fuego es el fuego del amor que arde en el ney,
el hervor del amor que posee el vino.

El ney es el confidente de todo aquél que está separado 
de su amigo,
sus cantos desgarran nuestros velos.

¿Quién ha visto jamás un veneno 
y un antídoto como el ney?

¿Quién ha contemplado jamás un consuelo 
y un enamorado como él?

(Masnawi)



Pero, ¿por qué, precisamente, dieciocho versos? La elección de dicho número tiene que ver, sin duda, con su dimensión sagrada. 

En el contexto maulauí, el número 18 indica un período de retiro (jalua) que el aspirante a derviche realiza tras haber cumplido con los 1001 días de servicio desinteresado a la comunidad. 

Pero volvamos al Masnawi. En primer lugar, digamos que el resultado de la suma de las cifras que componen el número total de sus versos, es decir 24.660, es 18 (2+4+6+6+0=18); algo así como si el autor pretendiese condensar en ese bello inicio del libro todo lo que vendrá después. Pero aún existe algo más, de naturaleza numérica también, que nos conducirá, ahora sí, al aspecto formal del ney.

Efectivamente, si efectuamos un ejercicio más de simplificación numérica podemos afirmar que el número 9 constituye, en última instancia, la esencia de ese 18 (1+8=9) al que antes nos referíamos. 

Y nueve son, sin ir más lejos, los tramos entre nudo y nudo que conforman la forma tubular del ney; de ahí, por otro lado, la dificultad a la hora de dar con la caña precisa, ya que no cualquiera servirá para convertirse en un futuro ney. Pero, sigamos con el nueve, un número, sabido es, de profundas resonancias simbólicas en el universo del islam sufí y que predomina en las cosmologías místicas. Nueve son los agujeros o perdes del ney: seis perforados en la parte delantera, uno en la posterior, más los dos agujeros superior e inferior.

Hemos de apuntar, antes de proseguir, que las relaciones —muy estrechas, por otro lado— entre música y número se pierden en el crepúsculo de los tiempos...

Para Rumi, la música ayuda a los devotos a centrar su ser en lo divino, y a hacer esto tan intenso que el alma se destruya y resucite. Fue ésta la idea que en la práctica desarrollaron los Derviches Giróvagos en una forma ritual. Él fundó la orden del Mevleví, y creó el "Sema", una danza sagrada.

En la tradición de la orden Mevleví, la Sema representa un viaje místico de desarrollo espiritual, permitiendo el perfeccionamiento de la mente y el amor.



En este viaje el buscador da vueltas simbólicamente hacia la verdad, crece con amor, abandona el ego, encuentra la verdad, y llega a la "Perfección"; luego regresa de este viaje espiritual con mayor madurez, para amar y estar al servicio del conjunto de la creación, sin discriminación hacia las creencias, razas, clases y naciones.


Tras todo lo expuesto, no resulta extraño el papel que el ney ha jugado y juega en el contexto del misticismo islámico, y más concretamente en el ámbito del sufismo maulauí, aunque, como veremos a continuación, también fuera de él.


En efecto, un escritor —y también pintor— libanés moderno, Jalil Yubrán (1883-1931), nacido en el seno de una familia cristiana maronita, aunque profundamente atraído por la espiritualidad de corte sufí, sintió también la fascinación por el ney. En su obra Las procesiones (al-Mauakib), escrita el año 1918, podemos leer esos famosos versos ampliamente popularizados a lo largo y ancho de todo el mundo árabe por la voz cautivadora de la diva también libanesa Fayruz, consuelo de los perdidos en el siglo XX, según la acertada expresión del poeta sirio Suleiman al-‘Isa:


"Tráeme el ney y canta conmigo
que el cantar encierra en sí el secreto de la inmortalidad
y el rumor del ney perdurará
aún después de que todo se haya extinguido"


En el original árabe, el autor realiza un bello juego de palabras con las expresiones faná -extinción- y baqá -permanecer-, ambas de fuerte significado sufí. 

El derviche es aquél que se extingue como ser individual para permanecer en la presencia interna de Allāh.

En nuestro viaje místico espiritual, el tema general de lo experimentado, así como de los pensamientos, está esencialmente enfocado sobre el concepto de Tawheed (unidad) y la unión con el Amado (la fuente principal) de donde hemos sido cortados y del constante lamento por esta separación y su constante deseo de volver al "cañaveral" (la unidad).





Vive BarakaakaraB Vive

 "Quien muere con amor a este mundo, 
es un hipócrita; 
quien muere con el anhelo del Paraíso,
es un asceta; 
pero, quien muere enamorado de la Verdad, 
es un sufí."




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