"Cuando el cielo quiere salvar a un hombre, le envía amor" Lao-Tse. Que el amor sea tu única guía, sin mapas, sin dogmas, sin maestros, sólo amando...
Sospecho que hoy empiezo a Ser Canción, si seco un llanto. Y la canción con alma echó a volar y desde entonces los dos, vivieron más despacio, a pesar de su tiempo y de su espacio. Y un día como lluvia, ellos caerán y mojaran todo y su misterio crecerá verde sobre el mundo" Silvio Rodriguez.

jueves, 25 de junio de 2015

Espíritu alimento eterno, arde y no se consume.





"En el alma resplandece el yo, que recibe su contenido del espíritu, resultando así el vehículo del hombre espiritual. Por este hecho el hombre tiene parte en los “tres mundos” (el mundo físico, el mundo anímico y el Mundo Espiritual). Por medio del cuerpo físico, del etérico y del anímico, está
enraizado en el mundo físico y mediante la Seidad Espiritual, el Espíritu Vital y el Hombre-Espíritu se eleva floreciendo en el Mundo Espiritual. Pero el tronco que tiene las raíces en una parte y florece en otras, es el alma misma".


Entre el cuerpo y el espíritu, vive el alma. Las impresiones que le llegan por intermedio del cuerpo son pasajeras; existen sólo mientras el cuerpo abre sus órganos a las cosas del mundo exterior. 

Nuestros ojos perciben el color de la rosa sólo mientras ella está presente, y mientras el mismo ojo la contempla.

Es necesario, entonces, la presencia tanto del objeto en el mundo exterior, como la del órgano corpóreo, para que una impresión, una sensación o una percepción pueda producirse. En cambio, aquello que es reconocido en nuestro espíritu como verdad con respecto a la rosa, no es fugaz ni
momentáneo, y también en cuanto a su verdad, no depende absolutamente de nosotros, desde que sería igualmente verdad aunque no nos hubiésemos encontrado jamás ante la rosa. 




Aquello que reconocemos por medio del espíritu, se basa en un elemento de la vida anímica, por medio del cual el alma se relaciona con un contenido del mundo que se manifiesta en ella, independientemente de las bases transitorias del cuerpo. No importa si lo que se manifiesta es por sí mismo imperecedero en todos sus aspectos; lo que importa es que la manifestación se verifique en el alma, de manera que al verificarse, no entre en consideración la base corpórea transitoria de ésta, pero sí lo que en ella es independiente de este elemento perecedero.

El elemento permanente en el alma, entra en observación, desde el momento en que percibe que ésta tiene experiencias que no están limitadas por su parte perecedera. No importa tampoco si estas experiencias resultan desde el principio, conscientes por medio de funciones transitorias de la organización corpórea, sino que se trata que contengan algo que, aunque vive en el alma es, en su verdad, independiente de los procesos transitorios de la percepción. 

El alma, al hallarse en el medio, entre el cuerpo y el espíritu, está colocada entre lo transitorio y lo perdurable, pero es también la mediadora entre lo presente y lo perdurable, porque conserva lo presente para tener el recuerdo. 

Con esto, libra a lo momentáneo de su fugacidad y lo acoge en lo perdurable de su espíritu. Le da también un sello de perdurabilidad a las cosas fugaces, desde que, en su vida, el alma no se abandona únicamente a los estímulos pasajeros sino que determina por sí misma las cosas, y en éstas, incorpora su propia naturaleza, por medio de las acciones que lleva a cabo. Mediante la memoria.

El alma conserva lo que era ayer, mediante la acción prepara lo que será mañana. Nuestra alma debería percibir siempre de nuevo el color rojo de la rosa, para tenerlo presente si no lo retuviéramos por medio de la memoria. Lo que permanece después de una impresión externa, lo que puede ser retenido por el alma, puede, independientemente de las impresiones exteriores, hacerse nuevamente representación.

Mediante esta facultad, el alma hace del mundo exterior un mundo suyo interior, de manera que puede retenerlo, por medio de la memoria, para el recuerdo, e independientemente de las expresiones recibidas, vivir con él una vida interior propia. Así, la vida anímica resulta el efecto duradero de las impresiones transitorias del mundo exterior.

Pero también la acción adquiere perpetuidad después que ha sido impresa en el mundo exterior. Si cortamos la rama de un árbol, ha ocurrido algo mediante nuestra alma que cambia el curso de los acontecimientos en el mundo exterior. 

Aquella rama de árbol hubiera tenido un porvenir bien diferente si no hubiera intervenido nuestra acción; hemos dado origen, por tanto, a una serie de efectos que no se hubieran producido sin nuestra existencia. Lo que hemos hecho hoy permanece para mañana y se convierte en duradero mediante nuestra acción, de la misma manera que nuestras impresiones de ayer se han vuelto duraderas para nuestra alma por medio de la memoria.

De esta durabilidad adquirida por medio de la acción, la conciencia habitual no se forma una representación, del mismo modo como la que tiene por medio de la memoria, o sea, la perpetuidad de una experiencia basada sobre la percepción. Pero el yo del hombre, ¿No se encuentra acaso vinculado
con las modificaciones que se verificaron en el mundo por medio de la acción, del mismo modo como lo está con el recuerdo resultante de una experiencia?.

El yo juzga distintamente de las nuevas impresiones, según que tenga o no éste o aquel recuerdo. Pero, en su calidad de yo, ha entrado también en otra relación con el mundo según que haya o no llevado a cabo ésta u otra acción.

La existencia o la no existencia de alguna relación del mundo con mi yo, depende del hecho de que por medio de una acción nuestra, hayamos o no producido una impresión sobre otra persona. Después de haber producido una impresión sobre el ambiente, somos seres distintos en nuestras relaciones con el mundo. 

La razón de lo que se alude aquí, no se observa de la misma manera como se observan las modificaciones del yo, resultantes de la adquisición de un recuerdo; se explica porque el recuerdo, apenas formado, se une con la vida anímica que siempre hemos experimentado como propia nuestra, mientras que, el efecto exterior de la acción, liberada de esta vida anímica, se desenvuelve y tiene consecuencias, que son diferentes de lo que de ella queda en el recuerdo. 

Sin embargo, prescindiendo de esto, es necesario admitir que, después de toda acción cumplida, queda en el mundo algo cuya característica le ha sido impresa por el yo.

Si se reflexiona verdaderamente sobre el asunto de que tratamos, se llegará a la pregunta: ¿No podría ser que las consecuencias de una acción cumplida, a cuya naturaleza se le ha dado la impronta del yo, tenga una tendencia a volver hacia el yo, lo mismo que una impresión conservada en la memoria tiende a reproducirse cuando se presenta la relativa causa externa?

Lo que se conserva en la memoria espera que se presente tal causa. Pero ¿No podría ocurrir que lo que se conserva con el carácter del yo en el mundo exterior, espere también, para volver desde afuera al alma, lo mismo como el recuerdo se presenta desde el interior a esta alma, cuando la provoca una determinada causa?. Aquí planteamos el problema sólo en forma de interrogación porque, ciertamente, podría ser que no se presentase jamás la circunstancia, por la cual, aquellas consecuencias de una acción que ya tienen el carácter del yo, puedan encontrar al alma humana. 

Pero que existan como tales y que, por su existencia, determinen la relación del mundo con el yo, se
hace evidente en seguida como una idea posible, con tal que se siga atentamente con el pensamiento lo que hay en el asunto. 

(...) ¿Qué es lo que evoca en nuestra alma la imagen de ayer? Es la misma entidad, dentro de nosotros, que estaba presente en nuestra experiencia de ayer, y que presencia también ésta de hoy: es aquella que antes hemos llamado alma. 

Sin esta fiel conservadora del pasado toda impresión exterior resultaría siempre nueva para el hombre. Es verdad que el alma imprime en el cuerpo, como un signo, el proceso por medio del cual los sucesos se vuelven recuerdos, pero es precisamente el alma, que debe hacerse esta impronta y, después, percibir su propia impresión, como percibe algo del mundo exterior. 

De esta manera ella es la conservadora del recuerdo. Como conservadora del pasado, el alma recoge continuamente tesoros para el espíritu. Que sepamos distinguir lo verdadero de lo falso, se debe a que, como hombres, somos seres pensantes, capaces de adueñarnos de la verdad por el espíritu. La verdad es eterna y se nos podrá revelar siempre de nuevo en los objetos, aunque nos olvidemos totalmente del pasado, y cada impresión nos resultase nueva. Pero el espíritu, en nuestra interioridad, no se limita a las impresiones del momento, el alma extiende su horizonte al pasado y cuanto más de él pueda el alma llevar al espíritu, tanto más lo enriquece.


Así pues, él alma transmite al espíritu lo que ella ha recibido del cuerpo. 



El espíritu del hombre, por esto, en todo instante de la vida, lleva dos cosas dentro de sí: 

primero, las leyes eternas de lo Verdadero y de lo Bueno; 
segundo, el recuerdo de las experiencias del pasado. 


Toda acción suya se cumple bajo la influencia de estos dos factores. 
Si queremos comprender el espíritu de un hombre, debemos saber dos cosas de él: 

cuánto le haya sido revelado por el Eterno 
y cuántos tesoros del pasado han sido acumulados en él. 


Estos tesoros, sin embargo, no permanecen en el espíritu sin alteración. Las impresiones que el hombre adquiere de sus experiencias, se desvanecen gradualmente de la memoria, pero sus frutos no perecen. 

Nadie recuerda todas las experiencias por que pasó durante la infancia, cuando aprendía el arte de leer y de escribir, pero nadie sabría leer ni escribir si no hubiera tenido aquellas experiencias y si no hubieran quedado conservados los frutos en forma de capacidades. 

Y ésta es, precisamente, la transformación que el espíritu efectúa sobre los tesoros de la memoria; abandona a su suerte a lo que conduce a las imágenes de cada experiencia, extrayendo sólo la fuerza para aumentar las aptitudes.

De esta manera, no pasa ninguna experiencia sin ser utilizada: el alma la conserva como recuerdo y el espíritu se apropia lo que puede enriquecer sus facultades y el contenido de su vida. 

El espíritu humano crece por las experiencias asimiladas. Si las experiencias pasadas no se encuentran acumuladas en el espíritu como en un depósito, se encuentran, en cambio, los efectos en las capacidades que el hombre ha adquirido.

(...) como el género o la especie, en el sentido físico, puede ser comprendido si se lo considera como resultado de la herencia, así también, el ser espiritual puede comprenderse solamente admitiendo una análoga herencia espiritual. 

Hemos recibido nuestra forma humana física como herencia de nuestros antepasados humanos, pero ¿De dónde proviene lo que se exterioriza en nuestra biografía personal?. Como hombre físico, se repite en nosotros la forma de nuestros antepasados, pero, ¿Qué cosa se repite como hombre espiritual?.

Quien quisiera sostener que el contenido particular de nuestra biografía no necesita de ulteriores explicaciones, y debe ser aceptado sin más ni más, podría, con igual derecho, sostener que ha visto en cualquier parte un montón de tierra, de la cual las masas se coordinaban por sí mismas hasta formar un hombre viviente.

Como hombres físicos, procedemos de otros hombres físicos, desde que tenemos la forma de toda la especie humana; los caracteres de la especie pudieron, por tanto, ser adquiridos dentro de la especie misma, por herencia. 

Como hombre espiritual cada uno tiene su forma propia, como tiene su propia biografía. Por tanto, esta forma no la hemos adquirido de otro, sino cada uno de sí mismo. Y como no hemos venido al mundo con tendencias espirituales indefinidas, sino con disposiciones espirituales bien definidas, que determinaron el camino de nuestra vida, como se expresa precisamente en nuestra biografía, nuestro trabajo sobre nosotros mismos no puede haber sido iniciado con nuestro nacimiento. 

Como hombre espiritual, debemos haber existido antes del nacimiento. En nuestros antepasados, no hemos existido ciertamente, porque ellos, como hombres espirituales, son diferentes de nosotros; nuestra biografía no se explica por la de ellos. Más bien, como seres espirituales, debemos ser la repetición de individualidades de cuyas biografías resulte comprensible la nuestra. 

Otra posibilidad que se podría admitir, antes de proseguir, sería ésta: que este algo evolucionado que es el contenido de nuestra biografía se lo debemos solamente a una vida espiritual anterior al nacimiento, anterior a la concepción. 

Esta idea, sin embargo, estaría justificada sólo cuando se quisiera admitir que la influencia del ambiente circundante que actúa sobre el alma humana, en el mundo físico, sea de igual género a lo que el alma obtiene de un modo, únicamente, espiritual. Semejante admisión es contradictoria a la observación realmente exacta. Porque lo que de este ambiente físico circundante ejerce una acción determinante sobre el alma humana, es tal que actúa como algo posteriormente experimentado en la vida física, sobre algo experimentado anteriormente de modo igual. 

Para observar exactamente estas relaciones, es necesario adquirir la capacidad de ver cómo existen en la vida del hombre impresiones activas, que ejercen tales acciones sobre disposiciones del alma, como el encontrarse ante una acción que ha de cumplirse respecto a lo que en la vida física ya se ha practicado; sólo que tales impresiones no encuentran, precisamente, algo ya practicado en esta vida inmediata, aunque sí disposiciones anímicas que son influenciables de igual modo, como lo son las capacidades adquiridas por medio de la práctica. 

Quien penetre con la mirada en estas cosas, adquiere la idea de vidas terrestres que deben haber precedido a la vida actual. No puede limitarse a pensar en simples experiencias espirituales que hayan precedido esta vida terrestre. 

(...) De la misma manera como en el mundo físico, cada cuerpo humano es construido como una entidad independiente, así también, se forma el cuerpo espiritual en el Mundo Espiritual.

En este mundo existe para el hombre un “fuera” y un “dentro”, lo mismo que en el mundo físico, y como el hombre recoge del ambiente físico las materias y las elabora dentro del cuerpo físico, así también acoge del mundo externo espiritual, la espiritualidad y se la apropia.

Lo espiritual es el alimento eterno del hombre. Como éste nace del mundo físico, así nace también del espíritu por virtud de las leyes eternas de lo Verdadero y de lo Bueno. Está separado del Mundo Espiritual que lo circunda, como está separado, como un ser independiente, de la totalidad del mundo físico.

A este ser espiritual independiente, lo llamaremos Hombre-Espíritu. Si examinamos el cuerpo físico del hombre, encontramos las mismas materias y fuerzas que se hallan fuera de él, en el resto del inundo físico. Así también en el Hombre-Espíritu; dentro de él palpitan los elementos del Mundo Espiritual exterior. En él son activas las fuerzas del Mundo Espiritual. Como un ser viviente y sensiente está encerrado en una piel física, igualmente ocurre en el Mundo Espiritual.

La “piel espiritual” que separa al Hombre-Espíritu del mundo de la unidad espiritual, lo hace en este Mundo Espiritual un ser espiritual independiente, que vive en sí mismo y que percibe intuitivamente el contenido espiritual del mundo. Esta “piel espiritual” será llamada Involucro Espiritual (Involucro Aurico). Es indispensable tener presente que esta “piel espiritual” se va extendiendo continuamente con el progreso de la evolución humana, de manera que individualidad espiritual de un hombre (su Involucro Aurico) es susceptible de crecimiento ilimitado.

El Hombre-Espíritu vive dentro de este involucro espiritual construido por la fuerza vital espiritual, lo mismo que el cuerpo físico es construido por la fuerza vital física. En la misma forma como se habla de un cuerpo etérico, se debe hablar también de un espíritu etérico con respecto al Hombre-Espíritu. Este espíritu etérico será llamado Espíritu Vital.

La entidad espiritual del hombre se divide, por tanto, en tres partes: Hombre Espíritu, Espíritu Vital y Seidad Espiritual. Para el clarividente, en el mundo espiritual, esta entidad espiritual del hombre, es una realidad perceptible, como parte superior verdaderamente espiritual del Aura. Ve dentro del involucro espiritual, al hombre espiritual como Espíritu Vital, y ve, también, como este Espíritu Vital va creciendo continuamente, mediante la absorción de alimento espiritual del mundo espiritual exterior. Además, percibe cómo, después de esa absorción, el involucro espiritual se va ensanchando y, cómo el hombre espiritual resulta cada vez más grande. Considerado desde el punto de vista del “espacio”, este “engrandecimiento” es naturalmente, sólo una imagen de la realidad.

A pesar de esto, en la representación de esta imagen, el alma humana es dirigida hacia la correspondiente Realidad Espiritual. La diferencia entre la entidad espiritual del hombre y la entidad física, consiste, precisamente, en que esta última tiene una extensión limitada, mientras que la primera, puede crecer infinitamente; porque lo que absorbe de alimento espiritual tiene un valor eterno.

El aura humana aparece, entonces, compuesta de dos partes que se interpenetran, de las cuales una está formada y coloreada por la vida física del hombre, y, la otra, por su existencia espiritual. El yo señala la separación entre las dos, de tal modo, que lo físico sacrifica sus propiedades para construir un cuerpo capaz de albergar un alma, mientras que, de un modo similar, el yo se dispone a que el espíritu se desenvuelva dentro de sí, el que a su vez compenetra al alma y le da la meta en el Mundo Espiritual.

Mediante el cuerpo, el alma está contenida en el mundo físico, en tanto que, por medio del hombre espiritual, le crecen alas para remontarse en el Mundo Espiritual.

(...) Como la forma física humana es siempre una repetición, una reencarnación de la esencia de la especie humana, igualmente el hombre espiritual debe ser el renacimiento del mismo hombre espiritual, porque como hombre espiritual, cada uno es su propia especie.

Se podrá objetar que todo lo expuesto no son más que razonamientos especulativos y se podrán pedir pruebas exteriores, como estamos habituados a tenerlas en las ciencias naturales. A esto se debe replicar que la reencarnación del hombre espiritual es un proceso que no pertenece al campo de los hechos físicos externos, sino que se efectúa enteramente en el campo espiritual, y a esto ninguna de nuestras facultades ordinarias tiene acceso, exceptuando el pensamiento. Quien no quiera tener confianza en la fuerza del pensamiento, no podrá instruirse respecto de los hechos espirituales superiores. Para quien ha abierto los ojos espirituales, los razonamientos enunciados tienen la misma fuerza persuasiva que un acontecimiento que tuviera lugar ante sus ojos físicos. 

Quien atribuye a una de esas pruebas, construidas de acuerdo al método de la investigación científica natural corriente, mayor fuerza persuasiva que a las explicaciones dadas más arriba, en torno al significado de la biografía, podrá ser un gran científico, en el sentido corriente de la palabra, pero estará muy lejos del camino de la investigación espiritual. 

Uno de los prejuicios más arraigados es el de querer explicar las cualidades espirituales de una persona mediante la herencia de parte del padre, de la madre o de otros antepasados. Será difícil convencer, por medio de razonamientos, a quien tenga el preconcepto de que Goethe por ejemplo, haya heredado del padre y de la madre lo que era su verdadero ser: no será muy accesible a las razones desde que en él se halla una profunda antipatía hacia la observación libre de prejuicios. 

La sugestión materialista le impide ver en su verdadera luz la relación entre una y otra cosa. En todo lo que ha sido expuesto se han dado las bases para continuar la observación en la entidad humana, más allá del nacimiento y de la muerte. 

Dentro de los límites trazados entre el nacimiento y la muerte, él hombre pertenece a los tres mundos: de la corporeidad, del alma y del espíritu. El alma constituye el eslabón entre el cuerpo y el espíritu, compenetrando al tercer principio del cuerpo humano, esto es, el cuerpo anímico, con la capacidad de sensaciones y compenetrando como alma consciente el primer principio del espíritu, la Seidad Espiritual. 

Por esto, durante la vida, el alma toma parte tanto en el cuerpo como en el espíritu, y tal participación se expresa en toda su existencia. 

De la organización del cuerpo anímico depende el modo en que el alma sensiente puede desenvolver sus facultades; y por otra parte, depende de la vida del alma consciente hasta qué punto la Seidad Espiritual se desarrollará dentro de ella. El alma sensiente manifestará relaciones tanto más perfectas con el mundo exterior, cuanto más el cuerpo anímico se haya perfeccionado, y la Seidad Espiritual resultará tanto más rica y potente, cuanto más alimento reciba del alma consciente.




Ya se ha demostrado que, durante la vida, tal alimento es procurado a la Seidad Espiritual, por medio de las experiencias asimiladas y de los frutos de las mismas; puesto que esta recíproca influencia entre el alma y el espíritu, sólo puede efectuarse naturalmente ahí donde el alma y el espíritu se encuentran juntos, se interpenetran, es decir, en la unión de la Seidad Espiritual con el alma consciente.



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