"Cuando el cielo quiere salvar a un hombre, le envía amor" Lao-Tse. Que el amor sea tu única guía, sin mapas, sin dogmas, sin maestros, sólo amando...
Sospecho que hoy empiezo a Ser Canción, si seco un llanto. Y la canción con alma echó a volar y desde entonces los dos, vivieron más despacio, a pesar de su tiempo y de su espacio. Y un día como lluvia, ellos caerán y mojaran todo y su misterio crecerá verde sobre el mundo" Silvio Rodriguez.

martes, 17 de abril de 2012

Presagios de una vida: Demian de H.Hesse

SIN DARNOS CUENTA NOS ENCONTRAMOS EN MEDIO DE UN DIÁLOGO EXTRAÑO Y LLENO DE PRESAGIOS


La Profecia

 
Comencé a intuir de qué modo se puede poseer un amor eternamente.

Siguiendo la conversación de Demian con el japonés, hablamos de la vida estudiantil; y de este tema pasamos a otro que parecía muy lejano. Sin embargo, en las palabras de Demian se fundían ambos íntimamente.

Habló del espíritu de Europa y del signo de nuestra época. Por todas partes -dijo- se extienden el grupo y la manada, por ningún lado la libertad y el amor.

El espíritu de corporación, desde las asociaciones estudiantiles y los coros hasta las naciones, no es más que un producto de la necesidad. Es una solidaridad por miedo, temor y falta de imaginación; en su fondo está carcomida y vieja, a punto de desintegrarse.-La solidaridad-dijo Demian- es algo hermoso. Pero lo que vemos florecer por ahí no es solidaridad.

Volverá a renacer del conocimiento del individuo por los individuos y durante algún tiempo transformará el mundo. La que hoy existe no es más que espíritu gregario. Los hombres se unen porque tienen miedo los unos de los otros; los señores se asocian, los trabajadores se asocian, los sabios se asocian.

¿Y por qué tienen miedo? Sólo se tiene miedo cuando se está en disensión consigo mismo. Tienen miedo porque nunca se han reconocido a sí mismos.

¡Una sociedad de hombres que tienen miedo de lo desconocido que anida en ellos!

Todos se percatan de que sus leyes de vida no funcionan ya, de que viven según los viejos códigos y que ni su religión ni su moral corresponden a lo que necesitamos. Durante cien años y más, Europa no ha hecho más que estudiar y construir fábricas. Todos saben con exactitud cuántos gramos de pólvora se necesitan para matar a un hombre; pero no saben cómo se reza a Dios, no saben siquiera cómo se pasa un rato divertido. ¡Mira las tabernas de los estudiantes! O un lugar de diversión donde se reúne gente rica. ¡Desesperante! Querido Sinclair, de esto no puede salir nada alegre.

Los hombres que se apiñan acobardados están llenos de miedo y de maldad; ninguno se fía del otro. Son fieles a unos ideales que han dejado de serlo y apedrean a todo el que crea otros nuevos. Presiento graves conflictos. Vendrán, créeme, vendrán pronto.

Naturalmente, no «mejorarán» el mundo. Que los obreros maten a los empresarios, o que Rusia y Alemania disparen una sobre otra, nada altera la situación; sólo cambian los dueños. Pero no será completamente en vano. Hará patente la miseria de los ideales actuales; se saldarán las cuentas con los dioses de la Edad de Piedra. Este mundo, tal como es ahora, quiere morir, quiere sucumbir y lo conseguirá.

-¿Y nosotros? -pregunté.- ¿Nosotros? ¡Oh!, quizá sucumbamos con él. También nos pueden matar. Sólo que con eso no acabarán con nosotros. En torno a lo que quede de nosotros, o en torno a los que sobrevivan entre nosotros, se agrupará la voluntad del futuro.

Y se mostrará la voluntad de la humanidad, que nuestra Europa ahogó con su feria de técnica y ciencia. Entonces se demostrará que la voluntad de la humanidad no se identifica nunca, en ningún lado, con las sociedades actuales, los Estados, las naciones, las asociaciones y las Iglesias.

Porque lo que la naturaleza quiere hacer del hombre, está escrito en cada individuo, en ti y en mí. Estaba escrito en Jesucristo y está escrito en Nietzsche. Cuando las sociedades actuales se derrumben, habrá sitio para estas corrientes, las únicas importantes, que naturalmente pueden variar cada día.


"Seguiré erosionandome hasta SER"



Llegamos ya muy tarde a un jardín junto al río.-Vivimos aquí -dijo Demian-, ven pronto a vernos. Te esperamos. Feliz emprendí mi largo camino a casa en la noche fresca. Aquí y allá regresaban a sus casas estudiantes ruidosos y tambaleantes. Con frecuencia había sentido la discrepancia entre su absurda alegría y mi vida solitaria, a veces con una sensación de envidia y otras con sarcasmo. Pero nunca había sentido con tanta tranquilidad e intensidad lo poco que aquello me importaba, lo lejano y remoto que me resultaba aquel mundo. Me acordé de algunos funcionarios de mi ciudad natal, señores de edad, honorables, que evocaban las juergas de sus años estudiantiles como si se tratara de un paraíso perdido y veneraban la «libertad» de aquellos años como pudieran hacer los poetas u otros románticos con su infancia.

¡Por todas partes lo mismo! Por todas partes buscaban la«libertad» y la «felicidad» en el pasado, de puro miedo a verse confrontados con su propia responsabilidad y con su propio camino.

Con los ojos llenos de lágrimas contemplé mi dibujo y me encontré leyendo en mi propia alma.

Bajé la mirada: bajo el dibujo del pájaro, en el marco de la puerta abierta había aparecido una mujer alta, vestida de oscuro. Era ella. No fui capaz de articular ni una palabra. La hermosa y respetable dama me sonrió con un rostro que, como el de su hijo, no tenía edad e irradiaba una viva voluntad. Su mirada era la máxima realización, su saludo significaba el retorno al hogar. En silencio le tendí las manos. Ella las tomó con manos firmes y cálidas.-Usted es Sinclair. En seguida le he reconocido.

¡Bienvenido! Su voz era grave y cálida. Yo la bebí como un vino dulce y, levantando los ojos, los dejé descansar en sus rasgos serenos, en los negros y profundos ojos, sobre la boca fresca y madura, sobre la frente aristocrática y despejada que llevaba el estigma.-¡Qué dichoso soy! -le dije, y besé sus manos-. Me parece haber estado toda mi vida de viaje y llegar ahora a mi patria. Ella sonrió maternal.

-A la patria nunca se llega -dijo amablemente-. Pero cuando los caminos amigos se cruzan, todo el universo parece por un momento la patria anhelada. Expresaba así lo que yo había sentido en mi camino hacia ella. Su voz y también sus palabras eran muy parecidas a las de su hijo y, sin embargo, diferentes. Todo en ella era más maduro, más cálido y más natural. Pero lo mismo que Max nunca dio la impresión de ser un chico, tampoco ella parecía madre de un hijo mayor: tan joven y dulce era el resplandor de su rostro y de su pelo, tan tersa y lisa era su piel dorada, tan floreciente su boca. Se erguía ante mi más grandiosa que en mi sueño; y en su proximidad era la felicidad, su mirada el cumplimiento de todas las promesas.

Esta era, pues, la nueva imagen en la que se mostraba mi destino; no severa o desoladora, sino madura y sensual.




No tomé ninguna decisión, no hice ninguna promesa; había llegado a la meta, a un mirador desde el que el camino se mostraba amplio y maravilloso, dirigido hacia países de promisión, sombreado por los árboles de la felicidad próxima, refrescado por cercanos jardines del placer.

Ya podía sucederme lo que fuera; era feliz de saber que esta mujer existía en el mundo, feliz de beber su voz y respirar su proximidad. Que se convirtiera en madre, amada o diosa, no importaba, con tal de que existiera, con tal de que mi camino condujera cerca del suyo.

Hizo un gesto hacia mi cuadro.-Nunca le ha dado a nuestro Max una alegría mayor que cuando le envió este cuadro-dijo pensativa-. También a mi me alegró. Le esperábamos; y cuando llegó el cuadro, supimos que estaba ya de camino hacia nosotros.

Cuando usted era un niño, Sinclair, vino mi hijo un día del colegio y me dijo: hay un chico que lleva el estigma sobre la frente. Tiene que ser mi amigo. Era usted. No ha tenido un camino fácil, pero nosotros confiábamos en usted. Una vez, durante las vacaciones en casa, tuvo un encuentro con Max. Entonces tendría usted unos dieciséis años.

Max me lo contó. Yo la interrumpí:-¡Oh! ¿Por qué se lo ha dicho a usted? ¡Yo pasaba entonces el peor momento de mi vida!-Sí. Max me dijo: Sinclair tiene ahora que superar lo más difícil. Está intentando refugiarse en la masa; hasta se ha convertido en cliente asiduo de las tabernas.

Pero no lo conseguirá. Su estigma está escondido pero arde en secreto. ¿No fue así?-¡Oh, si! Así fue exactamente. Entonces encontré a Beatrice y por fin apareció un guía. Se llamaba Pistorius. Me di cuenta de por qué mi infancia había estado tan ligada a Max, de por qué no podía liberarme de él. Querida señora, querida madre, en aquellos días creí muchas veces que tenía que quitarme la vida.

¿Es el camino tan difícil para todos? Me pasó la mano por el pelo, suavemente como el aire.-Siempre es difícil nacer. Usted lo sabe; el pájaro tiene que luchar por salir del cascarón.





Reflexione otra vez y pregúntese: ¿fue tan difícil el camino? ¿Fue sólo difícil? ¿No fue también hermoso? ¿Hubiera usted conocido uno más hermoso y más fácil? Negué con la cabeza.-Fue difícil -dije como en sueños-, fue difícil hasta que apareció el sueño.

Ella asintió y me miró intensamente.-Sí, hay que encontrar el sueño de cada uno, entonces el camino se hace fácil. Pero no hay ningún sueño eterno; a cada sueño le sustituye uno nuevo y no se debe intentar retener ninguno.

Me sobrecogí profundamente. ¿Era aquello un aviso? ¿Era ya una advertencia? Pero no me importaba; estaba dispuesto a dejarme conducir por ella y no preguntar por la meta.-No sé -dije-lo que ha de durar mi sueño. Quisiera que fuera eterno. Bajo la imagen del pájaro me ha salido a recibir el destino, como una madre, como una amada.

A él le pertenezco y a nadie mas.-MIENTRAS SU SUEÑO SEA SU DESTINO, DEBE SERLE FIEL -concluyó ella gravemente. Se apoderó de mí la tristeza y el deseo ardiente de morir en aquella hora mágica.

Sentí brotar las lágrimas incontenibles y arrasadoras: ¡cuánto tiempo hacía que no lloraba! Bruscamente me aparté de ella, me acerqué a la ventana y miré con ojos ciegos por encima de las flores. A mi espalda oí su voz, tranquila y sin embargo tan llena de ternura, como un vaso de vino colmado hasta el borde.

-SINCLAIR, ES USTED UN NIÑO. SU DESTINO LE QUIERE. UN DÍA LE PERTENECERÁ POR COMPLETO, COMO USTED LO SUEÑA, SI USTED LE ES FIEL.



Me había serenado y volví de nuevo el rostro hacia ella. Me tendió la mano.-Tengo unos pocos amigos -dijo sonriendo-, muy pocos amigos íntimos que me llaman Frau Eva. Usted también me llamará así, si quiere.

Me condujo a la puerta, abrió e hizo un gesto hacia el jardín.-Ahí encontrará a Max.
Bajo los altos árboles permanecí aturdido y emocionado, no sé si más despierto o más sumergido que nunca en mis sueños. La lluvia goteaba suavemente de las ramas.
Entré lentamente en el jardín, que se extendía a lo largo de la orilla del río. Por fin encontré a Demian. Estaba en un pequeño cobertizo abierto, con el pecho descubierto, boxeando contra un saco de arena. Me detuve asombrado. Demian tenía un aspecto magnifico. El amplio pecho, la cabeza masculina y firme; los brazos levantados, con sus
músculos tensos, eran fuertes y potentes; los movimientos surgían de la cintura, los hombros y los brazos como fuentes.
-¡Demian! -exclamé-. ¿Qué estás haciendo? Él rió alegremente.-Me estoy entrenando. He prometido al pequeño japonés una pelea, y él es ágil como los gatos y naturalmente tan astuto como ellos. Pero no podrá conmigo. Es una pequeña, muy pequeña, humillación que le debo. Se puso la camisa y la chaqueta.
-¿Has visto ya a mi madre?-Sí. Demian ¡qué madre más maravillosa tienes! ¡Frau Eva! El nombre le va perfectamente; ¡es como la madre de todas las criaturas! Me miró un momento a la cara, muy pensativo.-¿Ya conoces su nombre? Puedes estar orgulloso.
Eres el primero a quien se lo ha dicho en el primer momento. Desde aquel día empecé a entrar y salir en la casa como un hijo y un hermano, pero también como un enamorado.

Cuando cerraba la verja detrás de mí, cuando veía aparecer a lo lejos los altos árboles del jardín, me sentía rico y dichoso. Fuera quedaba la «realidad»: las calles y las casas, los hombres y las instituciones, las bibliotecas y las aulas; DENTRO, SIN EMBARGO, REINABA EL AMOR Y EL ALMA, EL CUENTO MARAVILLOSO Y EL SUEÑO.

Pero no vivíamos en absoluto cerrados al mundo; a menudo vivíamos en nuestros pensamientos y conversaciones en medio de él, sólo que en otro campo: NO ESTÁBAMOS SEPARADOS DE LA MAYORÍA POR BARRERAS, SINO POR UNA MANERA DIFERENTE DE VER LAS COSAS.

Nuestra labor era formar una isla dentro del mundo, quizá dar ejemplo, en todo caso vivir la anunciación de otra posibilidad de vida.

Yo, solitario tanto tiempo, conocí la comunión que es posible entre seres que han conocido la completa soledad. Nunca más me sentí atraído a los banquetes de los dichosos, ni a las fiestas de los alegres; nunca más tuve envidia o nostalgia de la amistad de los demás. Y, lentamente, fui iniciado en el misterio de los que llevan «el estigma».
Nosotros, los marcados, parecíamos con razón extraños, incluso locos y peligrosos. Habíamos despertado, o estábamos despertando, y nuestro empeño estaba dirigido a una mayor conciencia; mientras que el empeño y la búsqueda de los demás iba a subordinar, cada vez con más fuerza, sus opiniones, ideales y deberes, su vida y su felicidad, a los del rebaño.

También entre aquellos había empeño, y fuerza y grandeza. Pero mientras nosotros, los marcados, creíamos representar la voluntad de la naturaleza hacia lo nuevo, individual y futuro, los demás vivían en una voluntad de permanencia.


Para ellos la humanidad -a la que querían con la misma fuerza que nosotros- era algo
acabado que había que conservar y proteger. Para nosotros, en cambio, la humanidad era un futuro lejano hacia el que todos nos movíamos, cuya imagen nadie conocía, cuyas leyes no estaban escritas en ninguna parte.


Además de Frau Eva, Max y yo, pertenecían a nuestro círculo, más o menos íntimamente, otros que también buscaban. Algunos iban por caminos determinados y tenían metas especiales. Entre ellos había astrólogos y cabalistas, también un discípulo de Tolstoi, y toda clase de seres sensibles, tímidos y vulnerables, adeptos a nuevas sectas, practicantes de ejercicios indios y vegetarianos. Con ellos no teníamos espiritualmente nada en común, excepto el respeto que cada uno tributaba al sueño vital de su semejante.

Estaban más cerca de nosotros los que investigaban en el pasado el afán de la humanidad en busca de dioses y nuevos ideales. Estos traían libros, nos traducían textos antiguos, nos enseñaban reproducciones de viejos símbolos y mitos, y también cómo todo el patrimonio ideal de la humanidad hasta nuestros días había consistido en sueños subconscientes, en sueños en los que la humanidad seguía a tientas las intuiciones de sus posibilidades futuras. Así recorrimos el maravilloso y multiforme laberinto de dioses de la antigüedad hasta los albores del amanecer cristiano. Conocimos las confesiones de los solitarios y las transformaciones de las religiones en la transmisión de un pueblo a otro. De todo lo que fuimos reuniendo resultó una crítica de nuestro tiempo y de la Europa actual, que con un esfuerzo tremendo había dado al hombre nuevas y poderosas armas pero que había caído por finen una profunda y estremecedora desolación del espíritu.


Había ganado el mundo pero había perdido su alma en la empresa.

También había defensores y adeptos de determinadas creencias y doctrinas. Había budistas que querían convertir a Europa, discípulos de Tolstoi y de otras confesiones. Nosotros, en nuestro círculo más íntimo, escuchábamos todo y aceptábamos estas doctrinas simplemente como símbolos.


Nosotros, los marcados, no debíamos preocuparnos por la estructuración del porvenir. Cada confesión, cada doctrina salvadora, nos parecía de antemano muerta y sin sentido. Sólo concebíamos como deber y destino el que cada cual llegara a ser él mismo, que viviera entregado tan por completo a la fuerza de la naturaleza en él activa que el destino incierto le encontrara preparado para todo, trajera lo que trajera. Presentíamos, claramente expresado o no, que se aproximaba ya una nueva aurora y un derrumbamiento de lo presente.

Demian me decía a veces:-Lo que se avecina es inimaginable. El alma de Europa es un animal que ha estado atado demasiado tiempo. Cuando esté libre, sus primeros movimientos no serán los más amables. Pero los caminos y los rodeos carecen de importancia con tal de que salga a la luz del día la verdadera miseria del alma que ha sido negada y ha estado adormecida durante tanto y tanto tiempo.

Ese será nuestro momento; entonces nos necesitarán no como guías o nuevos legisladores -porque nosotros no viviremos las nuevas leyes- sino como seres dispuestos a seguir y a acudir donde el destino nos reclame.


Mira, todos los hombres son capaces de hacer lo increíble cuando están amenazados sus ideales. Pero ninguno está dispuesto cuando se presenta un nuevo ideal, un nuevo movimiento de expansión quizá peligroso y misterioso. Los pocos que estaremos preparados seremos nosotros. Por eso estamos marcados, como estaba marcado Cain, para despertar miedo y odio y sacar a la humanidad de su idílica estrechez hacia lejanías de peligro. Todos los hombres que han influido en el curso de la humanidad fueron, sin excepción, capaces y eficaces porque estaban dispuestos a aceptar el destino. Lo mismo Moisés que Buda, Napoleón o Bismarck. Nadie puede elegir la corriente a la que sirve ni el centro desde el que es gobernado. Si Bismarck hubiera comprendido a los socialdemócratas y se hubiera amoldado a ellos, hubiese sido un hombre sabio, pero no un hombre del destino. Así pasó con Napoleón, César, Loyola, ¡con todos! Hay que imaginarse todo esto desde un punto de vista ideológico e histórico. Cuando las transformaciones de la corteza terrestre arrojaron a los animales acuáticos a la tierra y a los animales terrestres a las aguas, fueron los ejemplares preparados a aceptar el destino los que pudieron amoldarse a lo nuevo e inesperado y salvar así su especie. No sabemos si tales ejemplares eran los que antes habían destacado como conservadores o, por el contrario, como originales y revolucionarios.


Estaban preparados y por eso salvaron su especie para nuevas evoluciones. Eso es lo que sabemos. Por eso queremos estar preparados.

Frau Eva asistía con frecuencia a estas conversaciones pero nunca hablaba de esta forma. Era para cada uno de nosotros, cuando exteriorizábamos nuestros pensamientos, un oyente atento, un eco lleno de confianza, de comprensión; parecía que todos los pensamientos manaban de ella y volvían a ella. Estar a su lado, oír de vez en cuando su voz y participar en la atmósfera de madurez y espiritualidad que la rodeaba era para mí la felicidad. Ella notaba en seguida cuándo se producía en mi un cambio, una confusión o una renovación. Me parecía que los sueños que yo tenía al dormir eran inspiraciones suyas. Muchas veces se los contaba y le resultaban comprensibles y naturales; no había dificultades que ella no siguiera con su clara intuición. Durante un tiempo tuve sueños que eran como reproducciones de nuestras conversaciones del día.


Soñaba que todo el mundo estaba revolucionado y que yo, solo o con Demian, esperaba tenso el gran destino. Este permanecía oculto pero llevaba los rasgos de Frau Eva: ser elegido o rechazado por ella era el destino.


A veces me decía sonriente:-Su sueño no está completo, Sinclair, ha olvidado usted lo mejor. Y podía suceder que yo volviera a recordar nuevos fragmentos y no pudiera comprender cómo antes los había olvidado.



De vez en cuando me sentía inquieto y los deseos me atormentaban. Creía no poder resistir verla junto a mí sin estrecharla entre mis brazos. También esto lo notaba enseguida. Una vez estuve varios días sin aparecer; por fin volví confuso y ella me condujo a un lado y me dijo:



-No debe usted entregarse a deseos en los que no cree. Sé lo que desea. Pero tiene que saber renunciar a esos deseos o desearlos de verdad. Cuando llegue a pedir con la plena seguridad de que su deseo va a ser cumplido, éste será satisfecho. Sin embargo, usted desea y al mismo tiempo se arrepiente de ello con miedo. Hay que superar eso.


Voy a contarle una historia. Y me contó la historia de un muchacho enamorado de una estrella. Adoraba a su estrella junto al mar, tendía sus brazos hacia ella, soñaba con ella y le dirigía todos sus pensamientos. Pero sabía, o creía saber, que una estrella no puede ser abrazada por un ser humano. Creía que su destino era amar a una estrella sin esperanza; y sobre esta idea construyó todo un poema vital de renuncia y de sufrimiento silencioso y fiel que habría de purificarle y perfeccionarle. Todos sus sueños se concentraban en la estrella. Una noche estaba de nuevo junto al mar, sobre un acantilado, contemplando la estrella y ardiendo de amor hacia ella. En el momento de mayor pasión dio unos pasos hacia adelante y se lanzó al vacío, a su encuentro. Pero en el instante de tirarse pensó que era imposible y cayó a la playa destrozado. No había sabido amar.





(Esto me lo envió María Bueno, la autora de este video. Ella no sabe mucho de mi, pero pudo ver más allá y engarzar a la perfección, un momento mío de realidad y sueño, el día que me envió esto, hace ya muchas lunas. Hasta la fecha, desconocía que se refería a una historia que Hess narraba en Demian...).




Si en el momento de lanzarse hubiera tenido la fuerza de creer firmemente en la realización de su amor, hubiese volado hacia arriba a reunirse con su estrella.


-EL AMOR NO DEBE PEDIR -DIJO-, NI TAMPOCO EXIGIR. HA DE TENER LA FUERZA DE ENCONTRAR EN SÍ MISMO LA CERTEZA. EN ESE MOMENTO YA NO SE SIENTE ATRAÍDO, SINO QUE ATRAE ÉL MISMO.


Sinclair: su amor se siente atraído por mí. El día que me atraiga a sí, acudiré. No quiero hacer regalos. Quiero ser ganada. Un tiempo después me contó otra historia.

Se trataba de un enamorado que amaba sin esperanza. Se refugió por completo en su corazón y creyó que se abrasaba de amor. El mundo a su alrededor desapareció; ya no veía el azul del cielo ni el bosque verde; el arroyo ya no murmuraba, su arpa no sonaba; todo se había hundido, quedando él pobre y desdichado. Su amor, sin embargo, crecía; y prefirió morir y perecer a renunciar a la hermosa mujer que amaba.

Entonces se dio cuenta de que su amor había quemado todo lo demás, de que tomaba fuerza y empezaba a ejercer su poderosa atracción sobre la hermosa mujer, que tuvo que acudir a su lado. Cuando estuvo ante él, que la esperaba con los brazos abiertos, vio que estaba transformada por completo; y, sobrecogido, sintió y vio que había atraído hacia sí a todo el mundo perdido.

Ella se acercó y se entregó a él: el cielo, el bosque, el arroyo, todo le salió al encuentro con nuevos colores frescos y maravillosos; ahora le pertenecía, hablaba su lenguaje. Y en vez de haber ganado solamente una mujer, tenía el mundo entero entre sus brazos y cada estrella del firmamento ardía en él y refulgía gozosamente en su alma. Había amado y, a través del amor, se había encontrado a sí mismo.



La mayoría ama para perderse. Mi amor hacia Frau Eva era el único sentido de mi vida.

Pero ella cambiaba cada día. A veces creía sentir con seguridad que no era su persona por la que se sentía atraída mi alma, sino que ella era un símbolo de mi propio interior que me conducía más y más hacia mí mismo. A menudo oía palabras de ella que me parecían respuestas de mi subconsciente a preguntas acuciantes que me atormentaban. Había momentos en los que me devoraba el deseo y besaba los objetos que habían tocado sus manos. Y lentamente fueron superponiéndose el amor sensual y el amor espiritual, la realidad y el símbolo. Podía suceder que en mi habitación pensara en ella con tranquila intensidad y sintiera su mano en mi mano y sus labios en los míos. Otras veces estaba con ella, miraba su rostro, le hablaba, escuchaba su voz y no sabía si era realidad o sueño.

Comencé a intuir de qué modo se puede poseer un amor eternamente.

A veces, leyendo un libro, descubría una nueva idea; era como un beso de Frau Eva. Me acariciaba el pelo y me dedicaba una sonrisa cálida y perfumada, y yo tenía la misma sensación de haber dado en mí un paso adelante. Todo lo que me era importante y definitivo, adquiría su figura. Ella podía transformarse en cada uno de mis pensamientos, y cada uno de mis pensamientos en ella.

¡Frau Eva me había oído! ¡La había alcanzado con mispensamientos en medio del corazón! Hubiera venido ella misma... si no... ¡Qué extraño y qué hermoso era todo en el fondo!


Y ahora vendría la guerra. Ahora sucedería lo quehabíamos discutido tantas y tantas veces. Y Demian había intuido lo que estabapasando. ¡Qué extraño! El raudal de la vida ya no pasaría delante de nosotros, sino por nuestros corazones. Aventuras y violencias nos llamarían; y ahora o muy pronto llegaría el momento en que el mundo que quería transformarse nos necesitaba. Demian tenía razón; no se podían tomar las cosas por la tremenda. Lo único que resultaba curioso era que yo iba a compartir con los demás un asunto tan individual como el destino. ¡Pero, adelante! Estaba preparado. Por la noche, al pasear por la ciudad, la excitación bullía portodos los rincones. Por todas partes una palabra:«¡Guerra!» Fui a casa de Frau Eva y cenamos en el jardín. Yo era el único invitado. Nadie habló ni una palabra sobre la guerra.

Más tarde, antes de despedirme, Frau Eva me dijo:-Querido Sinclair, me ha llamado usted hoy. Ya sabe por qué no he acudido. Pero no lo olvide; ahora conoce usted la llamada y siempre que necesite usted a alguien que lleve el estigma, llame usted.

Se levantó y echó a andar delante de nosotros por la oscuridad del jardín. Alta y majestuosa caminaba, enigmática, entre los árboles silenciosos, mientras brillaban sobre su cabeza, pequeñas y delicadas, millares de estrellas.
En el fondo había algo en gestación. Algo como una nueva humanidad. Porque había muchos -más de uno murió a mi lado- que habían comprendido que el odio, la ira, el matar y aniquilar no estaban unidos al objeto de la guerra. No, el objeto y los objetivos eran completamente casuales.

Los sentimientos primitivos, hasta los más salvajes, no estaban dirigidos al enemigo; su acción sangrienta era sólo reflejo del interior, del alma dividida, que necesitaba desfogarse, matar, aniquilar y morir para poder nacer. Un pájaro gigantesco luchaba por salir del cascarón; el cascarón era el mundo y el mundo tenía que caer hecho pedazos.


 



Una noche de primavera yo hacía guardia delante de una granja que habíamos ocupado.
Un viento flojo soplaba en ráfagas caprichosas; por el alto cielo de Flandes corrían ejércitos de nubes entre las que se asomaba la luna. Había estado muy inquieto todo el día por algo que me preocupaba. Ahora, en mi puesto oscuro, pensaba intensamente en las imágenes gigantescas y oscilantes, pensaba con fervor en las imágenes que constituían mi vida, en Frau Eva, en Demian. Apoyado contra un álamo contemplaba el cielo inquieto en el que las manchas claras, misteriosamente dinámicas, se transformaban en grandes y palpitantes secuencias de imágenes. Sentía, por la extraña intermitencia de mi pulso, por la insensibilidad de mi piel al viento y a la lluvia, por la luminosa claridad interior, que cerca de mí había un guía.

En las nubes se veía una gran ciudad de la que salían millones de hombres que se extendían en enjambres por el amplio paisaje. En medio de ellos apareció una poderosa figura divina, con estrellas luminosas en el pelo, alta como una montaña, con los rasgos de Frau Eva. En ella desaparecían las columnas de hombres como en una gigantes cacaverna. La diosa se acurrucó en el suelo; el estigma relucía sobre su frente.





Un sueño parecía ejercer poder sobre ella; cerró los ojos y su gran rostro se contrajo por el dolor. De pronto lanzó un grito agudo y de su frente saltaron estrellas, miles de estrellas relucientes que surcaron en fantásticos arcos y semicírculos el cielo negro.

Una de las estrellas vino vibrante hacia mí; parecía buscarme. Explotó rugiendo en mil chispas, me levantó del suelo y volvió a estamparme contra él. El mundo se desmoronó con ruido atronador en torno mío. Me hallaron junto al álamo, cubierto de tierra y con muchas heridas. Estaba tendido en una cueva, mientras los cañones retumbaban sobre mí.
Me encontré luego en un carro, dando tumbos por campos desiertos. La mayor parte del tiempo dormía o estaba inconsciente. Pero mientras más profundamente dormía, más vivamente sentía que algo me atraía, que una fuerza me dominaba. Estaba tumbado en una cuadra sobre paja. Todo estaba a oscuras. Alguien me pisó la mano. Pero mi alma quería proseguir su camino, que la atraía con fuerza cada vez mayor. Volví a encontrarme en un carro y más tarde sobre una camilla o una escalera, y cada vez me sentía más imperiosamente llamado; no sentía más que el ansia de llegar por fin.

Llegué a mi destino. Era de noche, estaba completamente consciente; unos momentos antes había sentido poderosamente el deseo y la atracción. Ahora me encontraba en una sala tumbado en el suelo, y pensé que era allí de donde me habían llamado. Miré a mi alrededor; junto a mi colchoneta había otra y un hombre sobre ella. Se irguió un poco y me miró. Llevaba el estigma en la frente. Era Max Demian.


No pude hablar; tampoco él pudo, o quizá no quiso. Sólo me miraba atentamente. Sobre su rostro daba la luz de un farol que pendía en la pared sobre su cabeza.

Me sonrío. Estuvo un largo rato mirándome con fijeza a los ojos. Lentamente acercó su rostro al mío, hasta que casi nos tocamos.-¡Sinclair! -dijo con un hilo de voz. Le hice un gesto con los ojos, para darle a entender que le oía.

Sonrió otra vez, casi con compasión.-¡Sinclair, pequeño! -dijo sonriendo. Su boca estaba ahora muy cerca de la mía. Continuó hablando muy bajo.-¿Te acuerdas todavía de Franz Kromer?-preguntó.Le hice una señal, sonriendo también.


- ¡Pequeño Sinclair, escucha! Voy a tener que marcharme. Quizá vuelvas a necesitarme un día, contra Kromer o contra otro. Si me llamas, ya no acudiré tan toscamente a caballo o en tren.


- TENDRÁS QUE ESCUCHAR EN TU INTERIOR Y NOTARÁS QUE ESTOY DENTRO DE TI, ¿COMPRENDES?

- ¡Otra cosa! Frau Eva me dijo que si alguna vez te iba mal, te diera el beso que ella me dio para ti... ¡Cierra los ojos, Sinclair! Cerré obediente los ojos y sentí un beso leve sobre mis labios, en los que seguía teniendo un poco de sangre, que parecía no querer desaparecer nunca. Entonces me dormí. Por la mañana me despertaron para curarme. Cuando estuve despierto del todo, me volví rápidamente hacia el colchón vecino. Sobre él yacía un hombre extraño al que nunca había visto.


LA CURA FUE MUY DOLOROSA. TODO LO QUE ME SUCEDIÓ DESDE AQUEL DÍA FUE DOLOROSO. PERO, A VECES, CUANDO ENCUENTRO LA CLAVE Y DESCIENDO A MI INTERIOR, DONDE DESCANSAN, EN UN OSCURO ESPEJO, LAS IMÁGENES DEL DESTINO, NO TENGO MÁS QUE INCLINARME SOBRE EL NEGRO ESPEJO PARA VER MI PROPIA IMAGEN, QUE AHORA SE ASEMEJA TOTALMENTE A ÉL, MI AMIGO Y GUÍA.





DEL FRUTO DEL NUEVO NACIDO, EN LOS ALBORES DEL ALBA, TIRANDO DEL HILO
UNA MISMA SENDA: BARAKA

Hubiese sido fácil leer desde el principio este libro, pero nunca tan esclarecedor como vivirlo y encontrarlo en el delirio de un instante presente en el que todo puede ser comprendido bajo la sabiduría y la fe, del que sabe ahora, aquello que salió a buscar y dónde se encontró.




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