"Cuando el cielo quiere salvar a un hombre, le envía amor" Lao-Tse. Que el amor sea tu única guía, sin mapas, sin dogmas, sin maestros, sólo amando...
Sospecho que hoy empiezo a Ser Canción, si seco un llanto. Y la canción con alma echó a volar y desde entonces los dos, vivieron más despacio, a pesar de su tiempo y de su espacio. Y un día como lluvia, ellos caerán y mojaran todo y su misterio crecerá verde sobre el mundo" Silvio Rodriguez.

lunes, 27 de julio de 2015

Actos de amor, hitos en el Camino



Los Trabajos de Hércules


El Jardín de las Hespérides era el huerto de Hera en occidente, donde crecían en un solo árbol las manzanas doradas que otorgaban la inmortalidad.Como medida de protección adicional, Hera ubicó en este jardín un dragón de cien cabezas que nunca dormía llamado Ladón. El undécimo trabajo de Hércules fue coger las manzanas de este jardín.



Trabajo 3: Recogiendo las Manzanas de Oro de las Hespérides (Géminis, 21 Mayo – 20 junio)


El Gran Presidente, dentro de la Cámara del Concilio del Señor, había vigilado los trabajos del hijo del hombre que es un hijo de Dios. ÉI y el Maestro vieron el tercer gran Portal, abierto ante el hijo del hombre, descubriendo una nueva oportunidad para andar el camino.

Ellos advirtieron cómo el trabajador apareció y se preparó para emprender su tarea.“Ordeno que cuiden el árbol sagrado. Que Hércules desarrolle el poder de buscar sin desmayo, decepción o demasiada presteza. Que se le exija ahora perseverancia. Ha cumplido bien hasta ahora”.

Y así salió la orden.

Lejos, en una región distante, crecía el árbol sagrado, el árbol de la sabiduría, y en él crecían las manzanas de oro de las Hespérides. La fama de estas dulces frutas había llegado a tierras distantes, y todos los hijos de los hombres, quienes se sabían que eran asimismo los hijos de Dios, las deseaban. Hércules, también sabía de esas frutas, y cuando salió la orden de buscarlas buscó al Maestro, preguntándole el camino para ir y encontrar el árbol sagrado y recoger las manzanas.

“Dime el camino, Oh Maestro de mi alma. Yo busco las manzanas y las necesito rápidamente para mi provecho. ¡Muéstrame el camino más rápido y YO iré!”

“No es así, hijo mío”, replicó el Maestro, “el camino es largo. Sólo dos cosas te confiaré, y luego a tí te corresponderá probar la verdad de lo que digo. Recuerda que el árbol sagrado está bien custodiado. 

Tres hermosas doncellas aprecian el árbol protegiendo bien su fruto. Un dragón de cien cabezas protege a las doncellas y al árbol. Guárdate bien de la fuerza demasiado grande para tí, de los engaños demasiado sutiles para tu comprensión. Vigila bien. 



En la mitología griega las Hespérides (en griego antiguo Έσπεριδες, ‘hijas del atardecer’) eran las ninfas que cuidaban un maravilloso jardín en un lejano rincón del occidente, situado según diversas fuentes en las montañas de Arcadia en Grecia, cerca de la cordillera del Atlas en Marruecos, o en una distante isla del borde del océano.

Adicionalmente, Hespérides (o también Islas Afortunadas) es un nombre dado por los antiguos a una serie de islas situadas en el extremo oeste del mundo entonces conocido. Éstas podían haber incluido Canarias, Madeira y Cabo Verde.


La segunda cosa que te diría es que tu búsqueda te llevará donde te encontrarás con cinco grandes pruebas en el camino. Cada una te proporcionará el ámbito para la sabiduría, la comprensión, la destreza y la oportunidad. Vigila bien. Me temo, hijo mío, que tú fracasarás en reconocer estos puntos sobre el Camino. Pero sólo el tiempo lo mostrará; Dios te acompaña en tu búsqueda”.


* * *

Con confianza, porque pretendía el éxito no el fracaso, Hércules salió al Camino, seguro de sí mismo, de su sabiduría y fuerza. Pasó a través del tercer Portal, yendo rectamente al norte. Anduvo por toda la tierra buscando el árbol sagrado, pero no lo encontró. A todos los hombres que vio les preguntó, pero ninguno le pudo conducir a él, nadie conocía el lugar. El tiempo pasó, no obstante, buscaba todavía de lugar en lugar y volviendo muchas veces sobre sus pasos hacia el tercer Portal. Triste y desanimado, buscaba, por doquier.

El Maestro, vigilando desde lejos, envió a Nereo para ver si podía ayudar. Éste, vino repetidas veces en forma variable y con diferentes palabras de verdad, pero Hércules no respondía, ni sabía que el mensajero era para él. Aunque era hábil con la palabra y sabio con la profunda sabiduría de un hijo de Dios, Nereo fracasó, pues Hércules estaba ciego. No reconoció la ayuda tan sutilmente brindada. Presentado de nuevo al fin con tristeza al Maestro, Nereo habló del fracaso.

“La primera de las cinco pruebas menores ha pasado”, respondió el Maestro, “y el fracaso caracteriza esta etapa. Que Hércules prosiga”.

No encontrando el árbol sagrado en el camino del norte, Hércules volvió hacia el sur y en el lugar de la oscuridad continuó con la búsqueda. Al principio soñó con un éxito rápido, pero Anteo, la serpiente, le encontró en ese camino y luchó con él, venciéndole en todas las ocasiones.

“Ella custodia el árbol”, dijo Hércules, “esto se me dijo; el árbol debe estar muy cerca de ella, debo acabar con su guardián y así, destruyéndolo, abatir el árbol y coger el fruto”. Sin embargo, a pesar de luchar con mucha fuerza, no triunfó.

“¿Dónde está mi falta?” dijo Hércules. “¿Por qué Anteo puede vencerme? Si aún cuando niño yo destrocé una serpiente en mi cuna. Con mis propias manos la estrangulé. ¿Por qué fracaso ahora?”

Luchando nuevamente con todo su poder, asió la serpiente con ambas manos, elevándola en el aire y alejándole del suelo. ¡He aquí la hazaña fue hecha!: Anteo, vencido, dijo: “Yo vengo otra vez con diferente apariencia en el octavo portal. Prepárate de nuevo para luchar”.

El Maestro, contemplando desde lejos, vio todo lo sucedido, y habló al Gran Presidente en la Cámara del Concilio del Señor, refiriéndole la hazaña. “La segunda prueba ha pasado. El peligro ha sido superado. El éxito obtenido en esta ocasión marca su sendero”. Y el Gran Presidente respondió: “Que siga adelante”.

Feliz y confiado, Hércules continuó, seguro de sí mismo y con nuevo ánimo para la búsqueda. Se volvió hacia el oeste ahora y, al volverse, encontró el desastre. Entró sin pensar en la tercera gran prueba y el fracaso le encontró y demoró su avance por largo tiempo.

Pues allá encontró a Busiris, el gran engañador, hijo de las aguas, pariente cercano de Poseidón. Su trabajo es conducir a los hijos de los hombres al error, a través de palabras de aparente sabiduría. El afirma conocer la verdad y con rapidez ellos creen. Habla bellas palabras diciendo:

“Yo soy el maestro. A mí me ha sido dado el conocimiento de la verdad y debéis hacer sacrificio por mí. Acepten el camino de la vida a través mío. Yo sé pero nadie más. Mi verdad es justa. Cualquier otra razón es errada y falsa. Escuchen mis palabras; permanezcan conmigo y serán salvos”. 

Y Hércules obedeció, y diariamente, debilitándose su entusiasmo por el camino primitivo (la tercera prueba) no procuraba nuevamente conseguir el árbol sagrado. Su fuerza se agotó. El amó, adoró a Busiris, y aceptó todo lo que éste dijo. Su debilidad crecía día tras día, hasta que llegó un día en que su amado maestro le amarró a un altar y lo mantuvo atado durante un año.

De pronto un día, cuando estaba luchando para liberarse, y lentamente, viendo a Busiris por cuya causa estaba en ese trance, vinieron a su mente unas palabras dichas por Nereo hacia largo tiempo:
 “La verdad está en ti mismo. En ti hay un poder, una fuerza que yace allí, el poder que es la herencia de todos los hijos de los hombres que son los hijos de Dios”.

Quieto, yació prisionero en el altar, atado a sus cuatro esquinas por un año entero. Entonces, con la fuerza que es la fuerza de todos los hijos de Dios, rompió sus ataduras, asió al falso maestro (que había parecido ser tan sabio) y lo ató al altar en su lugar. No le dijo nada, pero le dejó allí para aprender.

El vigilante Maestro, desde lejos, advirtió el momento de la liberación, y volviéndose hacia Nereo le dijo: “La tercera gran prueba ha pasado. Tú le enseñaste cómo encontrar la salida y a su debido tiempo él supo encontrarla. 

Que siga adelante en el sendero y aprenda el secreto del éxito”.

Aleccionado, y sin embargo con un alivio lleno de interrogantes, Hércules, continuó con su búsqueda y recorrió mucho camino. El año que pasó inclinado en el altar le había enseñado mucho. Retornó con mayor sabiduría a su senda.

Repentinamente, detuvo sus pasos. Un grito de profundo dolor hirió sus oídos. Algunos buitres dando vueltas sobre una roca distante llamaron su atención; entonces, nuevamente se oyó el grito. ¿Debía él proseguir su camino, o debía buscar a aquél que parecía estar en necesidad y así retrasar sus pasos? 

Reflexionó sobre el problema de la demora; un año se había perdido y sintió la necesidad de apresurarse. Otra vez se oyó un grito rasgar los aires y Hércules, con pasos rápidos, se apresuró a ir en ayuda de su hermano. Encontró a Prometeo encadenado a una roca, sufriendo horribles agonías de dolor, causado por los buitres que picoteaban su hígado, matándolo así poco a poco. Él rompió la cadena que le sujetaba y liberó a Prometeo, persiguiendo a los buitres hasta su distante guarida y cuidando del hombre enfermo hasta que se hubo recuperado de sus heridas. 

Entonces, con mucha pérdida de tiempo, nuevamente comenzó a ponerse en camino.

El Maestro, mirando desde lejos, habló a su aspirante a discípulo estas claras palabras, las primeras palabras que le decían desde que emprendió la búsqueda: “La cuarta etapa en el camino hacia el árbol sagrado ha pasado. No ha habido retraso. 


La regla en el sendero elegido que apresura todos los éxitos es, ‘Aprende a vivir'”.


Aquel que preside en la Cámara del Concilio del Señor, observó: 


“Él ha cumplido bien. Que continúe con las pruebas”.

En todos los caminos continuó la búsqueda, en el norte y en el sur, en el este y en el oeste: Buscó el árbol sagrado, pero no lo encontró. Llegó un día en que, cansado de viajar y con temor; oyó el rumor de un peregrino que pasaba por el camino, “cerca de una montaña distante, el árbol sería encontrado”. 

La primera verdadera afirmación que se le daba hasta ahora. Por lo tanto, volvió sus pies hacia las altas montañas del este y en brillante y soleado día, vio el objeto de su búsqueda y apresuró entonces sus pasos. “Ahora tocaré el árbol sagrado”, gritó en su alegría, “venceré al dragón que le custodia; veré las hermosas doncellas de grande fama, y cogeré las manzanas”.

Pero, nuevamente, fue retenido por sentimiento de profunda pena. Atlas le hacía frente, tambaleante bajo la carga de los mundos sobre su espalda. Su rostro estaba marcado por el sufrimiento; sus miembros curvados por el dolor; sus ojos cerrados por la agonía; él no pedía ayuda; no vio a Hércules sino que permaneció encorvado por el dolor, por el peso de los mundos. Hércules, temblando, observó y estimó la medida de la carga y el dolor. Olvidó su búsqueda. El árbol sagrado y las manzanas desaparecieron de su mente; solo buscó ayuda al gigante, y eso sin tardanza; se arrojó hacia adelante y ansiosamente quitó la carga de los hombros de su hermano levantándola sobre su propia espalda, echándose a los hombros la carga de los mundos. Cerró sus ojos, asegurándose con esfuerzo, y ¡he aquí! la carga rodó, y él se halló libre, y también Atlas.

Delante de él estaba parado el gigante y en su mano sostenía las manzanas de oro, ofreciéndolas, con amor, a Hércules. La búsqueda había terminado.

Las tres hermanas sostenían aún más manzanas de oro, y lo instaban también a recibirlas en sus manos, y Eglé, esa hermosa doncella que es la gloria del sol poniente, le dijo, poniendo una manzana en su mano, 


“El Camino hacia nosotras está siempre marcado por el servicio. 
Actos de amor son hitos en el Camino”. 


Luego Erytheia, que cuida la puerta que todos debemos pasar ante el Grande que Preside, le dio una manzana, y en su costado, con luz, estaba escrita la dorada palabra Servicio. 

“Recuerda esto”, dijo, “no lo olvides”.

Y finalmente llegó Hesperis, la maravilla de la estrella vespertina, y le dijo con claridad y amor, “Sal y sirve, y anda por el camino de todos los servidores del mundo, de aquí en adelante y por siempre jamás”.

“Entonces yo restituí estas manzanas para aquellos que siguen la misma ruta”, dijo Hércules, y regresó de donde vino.


* * *

Entonces se paró ante el Maestro y rindió debida cuenta de todo lo que había acontecido. El Maestro le expresó su regocijo y luego, señalando con el dedo, indicó el cuarto Portal y le dijo: “Pasa a través de ese Portal. Captura la gama y entra una vez más en el Lugar Sagrado”.






Trabajo 11: Limpiando los Establos de Augías 
(Acuario, 21 enero – 10 febrero)

Dentro del Lugar de Paz, el Gran Presidente emitía el resplandor de su elevado pensamiento. El Maestro se acercó.

“La llama única debe alumbrar a las otras cuarenta y nueve”, afirmó el Gran Presidente.


“Así sea”, respondió el Maestro. “Habiendo encendido su propia lámpara Hércules ahora puede traer la Luz a los demás”.

No mucho después, el Maestro citó a Hércules.

“Once veces ha girado la rueda, y ahora tú estás delante de otro Portal. Por largo tiempo has perseguido la luz que vacilaba primero inciertamente, luego crecía hasta ser un faro firme, y ahora brilla para ti como un sol en llamas. Vuelve ahora la espalda a la claridad; vuelve sobre tus pasos; regresa hacia aquellos para quienes la luz no es sino un punto transitorio, y ayúdalos a hacerla crecer. Dirige tus pasos hacia Augías, cuyo reino debe ser purificado de antiguos males. He hablado”.


Salió Hércules por el undécimo Portal en búsqueda de Augías, el rey.


Cuando Hércules se aproximó al reino donde Augías era soberano, un horrible hedor que lo hizo desfallecer y lo debilitó, asaltó su nariz. Por años, se enteró, el rey Augías no había quitado el estiércol que su ganado dejaba dentro de los establos reales. Entonces, también las praderas estaban tan llenas de estiércol que ninguna siembra podía crecer. En consecuencia, una agostante pestilencia estaba recorriendo la región, haciendo estragos en las vidas humanas.


Hacia el palacio fue entonces Hércules y buscó a Augías. Informado de que Hércules limpiaría los hediondos establos. Augías mostró desconfianza e incredulidad.


¿Dices que harás esta enorme labor sin recompensa?, manifestó suspicazmente el rey. “No tengo fe en aquellos que hacen tales alardes. Algún artero plan has tramado, Oh, Hércules, para despojarme del trono. Yo no he oído de hombres que busquen servir al mundo sin una recompensa. En este momento, sin embargo, le daría la bienvenida a cualquier necio que buscara ayudar. Pero debemos cerrar un trato, para que no sea reprendido como un Rey tonto. Si tú, en un sólo día, haces lo que has prometido, una décima parte de mi gran rebaño de ganado será tuya; pero si fracasas, tu vida y fortuna estarán en mis manos.


Naturalmente, yo no pienso que puedas cumplir tu bravata, pero trata de hacerlo como puedas”.


Hércules entonces dejó al Rey. Erró por el asolado lugar, y vio marchar a una carreta cargada con muertos apilados, las víctimas de la pestilencia. Dos ríos, observó él, el Alfeo y el Peneo, corrían tranquilamente cerca de allí. Sentado en la ribera de uno de ellos, las respuestas a su problema relampagueó en su mente.


Él trabajó con fuerza y violencia. Con grandes esfuerzos logró desviar ambas corrientes del curso que habían seguido durante décadas. El Alfeo y el Peneo vertieron sus aguas a través de los establos llenos de estiércol del Rey Augías. Los impetuosos torrentes barrieron la inmundicia largamente acumulada. El reino fue purificado de su fétida lobreguez. En un sólo día había realizado la tarea imposible.


Cuando Hércules, completamente satisfecho con este resultado, regresó donde estaba Augías, éste frunció el ceño.

“Tú has tenido éxito por medio de un ardid” gritó el Rey Augías lleno de ira. “Los ríos hicieron el trabajo, no tú. Fue una artimaña para apoderarte de mi ganado, una conspiración contra mi trono. No tendrás las recompensas. Vete, retírate de aquí antes de que rebaje tu estatura en una cabeza”.

Así desterró a Hércules el encolerizado rey, y le dijo que nunca más pusiera el pie en su reino, so pena de una muerte súbita.


Habiendo realizado la tarea asignada, el hijo del hombre, que también era el hijo de Dios, volvió a aquel de quien había venido.



“Te has vuelto un servidor del mundo”, dijo el Maestro cuando Hércules se acercó. “Tú has progresado retrocediendo; has llegado a la Casa de la Luz por otro sendero; has empleado tu luz para que pueda brillar la luz de los demás. La joya que otorga el undécimo trabajo es tuya para siempre”.


El Tibetano.


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